UN DESTELLO DESDE EL DRIVE: RECUENTO DE AÑOS (2021) DE ARIATNA GÁMEZ SOTO, EDICIONES AWITA DE CHALE

POR FRANCISCO JOSÉ CASADO PÉREZ

Con el internet de las cosas, o las cosas del internet, ignoro a cuál deba referirme, la información almacenada y disponible en repositorios, páginas web y redes sociales ha provocado cambios sustanciales en la forma de vivir y ver lo que ocurre. Hecho que se confirma con la incesante necesidad por demostrar la utilidad de uno ante los ojos del otro; consolidar nuestra presencia, sabiendo que nuestro eco en el mundo no se diluye en un suspiro que recorre las hojas de los árboles. No obstante, esta brecha informática también se ofrece a manera de hombros de gigante donde pararse una y otra vez, apuntalando el hecho de que la constancia e insistencia para dominar una habilidad, cuando logra salir a vuelo, lamentablemente pasa a segundo plano. Caso que atañe a todas las artes, especialmente la poesía y las dinámicas editoriales.

Por cada suplemento cultural, revista académica, editorial, entre otros medios impresos, hay una contraparte digital; siempre ha sido necesario que exista una realidad independiente (tema que dejaré así, porque se necesita una discusión aparte), que insista en ser la excepción de la norma. Podrán verse limitadas, pero las publicaciones autogestoras no se detendrán; desde el uso de formatos artesanales, así como encaminarse de lleno a la completa libertad (Creative Commons), disponible en repositorios digitales en forma de blog o extensiones de Google Drive, Mega Limited, Megaupload, entre otros. De estos últimos resulta tan novedosa la forma de distribución que pasan inadvertidos, a no ser porque los autores o el equipo editorial insistan en seguir dando cuenta de su existencia.

A pesar de tan desoladora condición, riesgo abrazado de antemano en este tipo de empresas, más allá de la forma en cómo se confeccionan dichos productos literarios, es su proceso creativo y por extensión el contenido mismo lo que mantiene a flote este destello en mitad de la marea. Agentes de contagio que provocan al lector a que, paso a paso, entre mensajes y publicaciones, circule el archivo digital, el enlace de descarga, el nombre del autor; que se reproduzca hasta un punto de quizá nunca saber con exactitud cuántas lecturas ha tenido el texto, en cuántas computadoras exista una copia repetida y abandonada en la carpeta de descargas. 

En tan solo 19 páginas, Ariatna Gámez Soto (2001, Estado de México), estudiante de Letras Modernas Italianas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, compone su plaquette Recuento de años (2021), publicación digital de Ediciones Awita de Chale, dirigida por Zauriel Martínez, editado por el equipo de Rex Campos, Daniel Ramos González y Tamara Hernández Arellano, donde, como el propio título indica, se busca hacer tabula rasa a fin de darse a sí misma —y al lector— un recuento testimonial de su vida, hasta sus entonces 20 años de edad.

Hacer recuentos es un acto recurrente entre las personas a fin de año, o cada año par o impar, si se es supersticioso o cabalístico. La tarea de encontrar, examinar y sopesar todo lo hecho, todo lo dicho y lo sentido entremezcla tantas y tan variadas sensaciones que no es de extrañarse que sin uvas, ni campanadas, prevalezca una sensación de ahogo en la garganta. Recordar tiene la capacidad de provocar una insondable punción, por ello se recomienda hacerlo sin aprensión alguna, en soledad, lejos de objetos punzocortantes o sustancias tóxicas y a la vista de algún adulto responsable.Recuento de años tiene algo de esa aura que abunda en la última carta de Andrés Caicedo, quien a sus 24 le escribió a su madre para aclarar de manera sucinta las razones para auto designarse un “anacronismo y sinsentido”, debido a recordar su pacto con la muerte desde el nacimiento; caso similar a la producción poética final de nombres como Alejandra Pizarnik, Silvia Plath y Eros Alessi; no obstante, para el caso de Ariatna, la sensación de poner sobre aviso que todo terminará pronto no se encuentra:

19 años
y una vértebra confundida
que intenta salir de mi espalda
para buscar un cuerpo nuevo. (Gámez, 2021, p. 14)

Sin embargo, ante la deriva que dilata el final, los versos de Ariatna tampoco aluden al matiz de Anita la huerfanita mientras canta “Tomorrow, tomorrow, I love you, tomorrow…” No, la autora está plenamente consciente de que existe un límite general, en el caso de ella es su propio cuerpo que, en contraposición a una lógica de la preservación, arroja a su ventana piedras en forma de pregunta: ¿cuánto se le puede exigir al cuerpo?, ¿en qué idioma nos habla?, ¿cuánta atención debemos ponerle?, ¿acaso es un tamagotchi?, ¿o será que sólo necesite una coquita fría? Pulsión que Ariatna transforma en versos contundentes que añoran seriamente estar en otra situación donde pudiera disfrutar más de la vida:

Intento
vestirme con una melancolía ajena

la añoranza que robé 
de un estante con descuento

habitar otras pieles. (p. 18)

A lo largo del texto, como en la poesía que Ariatna ha publicado, se destaca la construcción de versos con guiños irónicos, sarcásticos, kitsch, pop y de barrio que denotan un no tan inocente coqueteo con la idea de un posible final anticipado; ciertamente el sufrimiento está ahí, cala su proximidad a la melancolía de circunstancias no tan apremiantes, especialmente sobre el cuerpo mismo, pero al final sólo es de chill:

Si hubiera muerto me vería siempre bien maquillada
hubiese elegido mi ropa favorita
para ser la fantasma más icónica
que se viste de amarillo y a cuadros como Cher. (p. 6)

Ciertamente en el sufrimiento se puede encontrar certeza sobre lo bello, tal como resume Butters (personaje secundario de la serie animada South Park) en medio de lágrimas, bajo la lluvia, cuando rechaza a los chicos góticos, diciendo “estar feliz de que algo lo pusiera triste, porque en consecuencia, eso lo hace sentirse vivo”; no obstante, en el caso de Ariatna, dicha noción no es necesariamente reconfortante. Como bien menciona, su poética se trata de jugar con la propia determinación mítica de su nombre; deambular entre emociones, así como entre palabras; largos pasillos y callejones cerrados sin salida franca:

Llevo la maldición del minotauro
guardada en mi nombre. (p. 10)

Esto último lo encamina hasta el término del poemario, abruptamente y en justa medida, por circunstancias del formato. Hecho que quizá se deba a la sutil determinación de Ariatna, en contraste con los poetas antes mencionados, de no imponer un desenlace, sin fan service de final feliz, más bien un tweet o un estado en Facebook. No necesariamente los suicidas puntualizan los pormenores de su muerte, como hiciera Antonieta Rivas Mercado, antes de dispararse en el torso frente al altar de Notre-Dame de París. Al contrario, Ariatna deja abierto lo que vendrá, a partir de la simpleza e ironía de su personalidad:

Recuento de años se inscribe dentro de las obras cuyos autores no requieren entrar en personaje para escribir, hecho que también involucra al lector para interpretar quién y cómo es quien escribe; si en verdad pueden llegar a ser bastante parecidos o no la persona real y el yo poético. Aclaro, no se trata de colar nuevamente el caso Chapman vs. The Catcher in the Rye (1951), donde el lector resiente que el personaje le dice que haga algo, aunque no estaría mal hablar sobre el odio de Platón por los poetas y sus mentiras, pero ¿en verdad son llanas mentiras? Que arroje la primera piedra quien NO haya suspirado, con los pulmones colmados de frustración, con la mirada hacia el cielo, pidiendo la pronta muerte; pero nada ocurre, sólo queda la sensación de que la existencia se aligeró un poco.

Dentro de la incesante revolución digital, las voces poéticas seguirán floreciendo cual prístino campo silvestre y no habrá manera de mitigarlo, al menos hasta la eventual migración de plataformas, porque pasan de moda o más probablemente por el engrosamiento de las normas de convivencia sobre lo que puede y no publicarse. Entretanto, los trabajos editoriales independientes seguirán emitiendo sus propias preocupaciones y maneras de ver y hacer ediciones de poesía, más allá de sus formas y reglas, y aún en contra de las tendencias, así como de los cánones académicos. Personalmente, no puedo negar que ha habido momentos donde he pedido la muerte, que por suerte no se me ha cumplido. Cuando eso pasa, lo que más se acopla es poner algo igual de triste, últimamente ha sido el Swimming (2018) de Mac Miller, quien, lamentablemente, entre tanto dar cuenta de su propia tristeza perdió la vida; cuando te toca, ni aunque te quites. Esperemos que, a pesar de lo dicho, en Recuento… haya todavía más por ver de Ariatna, que entretanto brilla en la profundidad del laberinto que es el internet de las cosas.

Fuentes

Ariatna Gámez Soto. (2021). Recuento de años. Awita de Chale. Disponible en: https://revistaawitadechale.wordpress.com/biblioteca-pdf/#jp-carousel-84