EL CUERPO DEL DELITO

POR EDUARDO BARENAS

Pornografía para piromaníacos (Sexto Piso, 2022), de Wenceslao Bruciaga, abre portentosamente con una nota de suicidio, perteneciente a Lothar Black, un actor de la industria porno homosexual que termina incluido en una escalofriante ola de suicidios de su gremio. Los protagonistas, sin embargo, son tres personas que también forman parte de ese mundillo: Pedro Blaster y Jeff «Pliers» Peralta, dos de los más cotizados actores de Sawyer Media, productora gay de San Francisco, y Charliee Sebastian, “activista” y actor porno amateur que orbita, más que protagonizar, alrededor del primero, su esposo.

La historia se adentra en lo más profundo de la industria pornográfica, pues ¿quién mejor que sus actores para develar los secretos y tramas subterráneas que corren en cada filmación? Pedro, por ejemplo, a pesar de gozar de una popularidad entre los hombres, deja entrever su envidia y rencor hacia su compañero, Jeff, por su reciente éxito en una presentación musical, fuera del porno; por su parte, Jeff se encuentra en una marea de sentimientos encontrados, ya que extraña a su examante, David, un jugador de béisbol closetero con quien parece haber arruinado permanentemente su relación. Aunque sus acciones y perspectivas sean tan disímiles (por ejemplo, su percepción de un cuadro explícito en la oficina de su jefe, que incomoda a uno y excita al otro), sus pensamientos suelen confluir en temas como el sexo, la hombría y el estilo de vida (domesticada, presuntuosa, exhibicionista) que han adoptado los gays a su alrededor. 

Éste es, en realidad, uno de los puntos centrales de la novela: la homosexualidad, pero específicamente la masculinidad, vista desde el punto más sórdido, más desencarnado. Porque, por muy pertenecientes a las disidencias sexuales, los personajes no pueden evitar estos comportamientos machistas, misóginos (como que el sexo anal es un regalo de goce exclusivo para los gays) e, incluso, irónicamente, homofóbicos. Es desde estos puntos que Pedro, Jeff y Charliee articulan su narración, como reflexión crítica de su entorno, pero también a modo de introspección. La vida de estos actores se encuentra atrapada entre el sueño y la pesadilla; representan el paraíso idílico de aquellos a quienes critican, pero también son el producto del deseo incentivado por sus servicios sexuales y propinas en plataformas para adultos. Como ellos mismos señalan, son incapaces de desenvolverse en alguna otra actividad u oficio. Nacieron, parafraseándolos, para romper los culos hambrientos de jóvenes eufóricos, millonarios excéntricos y parejas atadas a la monotonía; es decir, aquello que tanto detestan, pero que les permite sobrevivir en el edén asfixiante que es la ciudad moderna.

Charliee Sebastian funciona como contrapunto: un twink que divide su tiempo entre críticas hacia los modelos hegemónicos y heteronormativos dentro del mismo colectivo y entre sus esporádicas escenas, compartidas con su esposo, en su OnlyFans. Se trata de un caso de domesticación homosexual: Charliee toma el lugar de la esposa estereotípicamente hogareña, preocupada sólo en matar el tiempo, mientras Pedro, el hombre de la casa, se desgasta en el trabajo para mantener los gastos. El mismo Pedro Blaster, en varias ocasiones, piensa que lo único que les falta es un perro, un ser al que cuidar, para completar el ideal de pareja, devenido de las relaciones heterosexuales: “Y la familia era el ancla social que mantenía a los hombres en la senda de la cordura, la rutina y la obligación sin importar su orientación sexual. Por eso se habían casado”.

Masculinidades, poder y sumisión son los temas de fondo; el sexo contribuye al atractivo, para seducir de la misma manera que lo hace el título de la novela (nombre prestado de la banda Porno for Pyros), así como los títulos vulgares de las películas que graban. Tampoco se trata de una dura crítica a la industria pornográfica (aunque algo hay de eso con la deshumanización a la que se someten), sino de las endebles relaciones personales: Pedro se ha casado por no terminar soltero, Charliee lidia con los celos que le provoca ver a su esposo cogerse a otros y el tedio de su propia existencia, Jeff batalla contra los impulsos sexuales, el anhelo de lo inalcanzable y la depresión que parece aislarlo de los círculos sociales.

No considero que se trate de una novela que explore el deseo desde el erotismo. Por supuesto, la narración está plagada de un lenguaje soez, explícito, que salpica toda clase de líquidos corporales. Sin embargo, a partir de los actos carnales, ahondamos en sus miedos y preocupaciones, así como en sus instintos más básicos: el desenfreno sexual y la violencia (como cuando Jeff abusa y tortura, durante una grabación, a un hombre, reconocido racista de la peor calaña, que se deja penetrar y grabar, a pesar de ser hetero, desesperado por conseguir dinero para comprar armamento).

Pornografía para piromaníacos refleja cuerpos monstruosos. Contrario a lo que podría pensarse, esta deformidad se debe a su característica de mercancía: son seres de consumo, de deleite visual en general y accesibles a través del dinero. Los protagonistas, sin embargo, están conscientes de ello y se regodean del poder de seducción que ejercen sobre los demás: en el ambiente gay, a su edad, tienen más atractivo que los jóvenes. Tampoco son capaces de controlar el impulso, en el sentido más animal, de coger. A pesar de esto, son personajes perfectamente bien delineados y diferenciados: Pedro y Jeff, además de la atracción por los hombres, comparten esa perspectiva de las generaciones anteriores que ven en los más jóvenes a quienes desvirtúan su pasado; mientras tanto, en las pocas páginas que protagoniza Charliee, podemos adentrarnos en su psique y en ese comportamiento moralizante que caracteriza a los suyos, metidos en un mundo completamente digitalizado.

Imposible ignorar el tema de la cancelación, crucial en el desarrollo de la trama, pues tanto Pedro como Jeff viven con la constante preocupación de terminar linchados en redes sociales, ya que esto significaría el fin de sus brillantes carreras, como le sucedió a colegas suyos. Se comportan con moderación, conscientes del filtro que deben colocarse antes de hablar o de actuar. A Pedro en especial lo atosiga la idea de perder su empleo, porque ello implicaría la ruina. Jeff, más indiferente al dinero, teme que esto sea su único destino: perforar agujeros sin poder saciarse.

Wenceslao Bruciaga consigue construir una narración con personajes que retratan y añoran la escena gay de San Francisco antes de la era digital y de la gentrificación que la hizo irrespirable, al tiempo que tienen una mirada, aparentemente crítica, sobre su comunidad, a la cual son incapaces de entender por la brecha de la edad, pero también porque representan otros valores ajenos a ellos. Un interesante ejercicio narrativo del autor el de subvertir la perspectiva de los marginados: dentro de la minoría gay, sobresale ese grupo privilegiado, que odia ser denominado así, lleno de rencor por el otro grupo que los sataniza, pero que, inevitablemente, los codicia y envidia.La identidad, tema por antonomasia en la narrativa de corte gay, toma un giro peculiar en esta novela, sin inscribirse junto a esas historias sosas y cursis que tocan superficialmente dicho asunto; Pornografía para piromaníacos ahonda en una nueva problemática: la del homosexual como reflejo de sus opresores (“Porque los derechos para Jeff, a excepción de aquellos relacionados con el vih, sólo eran permisos autorizados por los heteros para emular sus monótonos fracasos”). Las diferencias generacionales, el circuito gay citadino (San Francisco, pero también, en la segunda parte, la Ciudad de México), la comercialización del sexo, todo ello converge en los personajes que, nostálgicos de otra época, se desgastan rápidamente mientras los likes y las selfies inflan el narcisismo que los mantiene a flote.

Eduardo Barenas (Veracruz, 1996). Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Escribe narrativa con temática gay. Le interesa la edición crítica de textos, la literatura del siglo XIX mexicano y los géneros no miméticos. Ha publicado los cuentos “Fantasmas en el armario” y “Maquinación de la casualidad” en la revista digital Marabunta.