DELIRIO DE INFESTACIÓN

POR MERCEDES ANGÉLICA ACOSTA VIVEROS

He notado que dentro y fuera de mi casa, en medio de las paredes, la ropa, los libros, los cabellos, debajo de los azulejos o en el patio hay interesantes y diminutas criaturas que sobreviven no solo porque pasan inadvertidas, sino también porque tienen formas de supervivencia complejas que pasan desapercibidas. Dichas criaturas las escuché nombrar como “insectos” o como “mija, cálmate que no tienes nada”. 

Los insectos son criaturas pertenecientes al reino animalia, phylum arthropoda, subphylum hexapoda. Son seres vivos de tamaño pequeño, con un exoesqueleto dotado de tres pares de patas articuladas, un cuerpo dividido en tres secciones, un par de antenas, algunos con un par de alas y la mayoría tienden a sufrir transformaciones en todos sus periodos de vida. Estas criaturas, por pequeñas e insignificantes que puedan parecer, son los organismos dominantes del planeta tierra. Lo interesante que encuentro de estos seres es su comportamiento y complejidad, que llega a ser ignorada en ocasiones debido a su tamaño, su fragilidad o a que son animales que se conocen más por ser desagradables y dañinos para el ser humano, debido a la desinformación, a las observaciones arbitrarias y tajantes que hace el hombre en su medio o a las sensaciones que producen cuando caminan, se aparean o conviven sobre nuestra piel. 

El primer acercamiento que tuve con los insectos generó en mí preguntas respecto a su morfología, sobre su composición externa e interna, sobre su alimentación e incluso sobre su razonamiento, pues algunos llegamos a verlos mordiendo la superficie cutánea cuando nos sentimos ansiosos o débiles. Automáticamente y de manera errónea se emparentan los sentimientos, emociones y razonamientos humanos a los insectos, pues estos organismos que viven entre nosotros nos hacen generar a los humanos preguntas del tipo: ¿cómo viven?, ¿piensan?, ¿por qué hacen lo que hacen?, ¿por qué siento y veo que me salen larvas de la piel con voluntad propia cuando digo algo obvio en clase?, ¿a qué se debe su existencia y cómo se conocen?

Al parecer, estas concepciones pueden venir desde una humanización de los animales que se aplica más en los animales grandes o domésticos, al considerarles con principios básicos de igualdad aun cuando saquemos a éstos de su espacio natural, poniéndolos a nuestro nivel, otorgándoles alma, espíritu y cuestionándolos con las mismas preguntas que nos hacemos nosotros: “¿por qué será que te quiero tanto?”, “¿cómo hiciste eso?”, “¿por qué me hacen esto?, me acabo de bañar”; preguntas que se le hacen a cualquier ser humano y que solo ellos son capaces de responder. 

Pero entonces viene una complicación conceptual pues, si bien los insectos pertenecen al reino animalia, el subphylum los separa por completo de los animales que solemos humanizar como los perros, los gatos, hurones, erizos. Sin embargo, parte de la humanización de estos insectos viene emparentada con sus adjetivos o interjecciones despectivas que hacen alusión a los humanos como: “insecto feo, me picó” o “puto mosco”. Y en efecto, la humanización existe a la inversa, haciéndolos pequeños, despreciables, “groseros” y abundantes: catalogándolos como plagas y seres vivos ruines, que aun así se consideran parte de la humanidad.

Cierto día un buen biólogo me argumentó fervientemente que consideraba a los insectos criaturas fascinantes y también dejó en claro que el comportamiento de estas especies, como el comensalismo o la reproducción, son instintivas y no emocionales. No hay, ni existirán, pruebas de que estas criaturitas se enamoren de la hembra y que por eso la cuiden, a tal grado de entregarse por el bien de ella y las crías a los depredadores; no hay ni habrá un emparejamiento de aquel acto que hacen los insectos al entrar a las moradas y a los rincones para pasar su existencia, procrear, comer y dormir, con aquella sensación intrusiva que generan los humanos al entrar sin invitación a un lugar preservado para construir un lugar donde crecer, procrear, comer y dormir. No hay forma. No son humanos. No actúan ni actuamos bajo la misma circunstancia, ellos intentan sobrevivir y nosotros

Si analizamos bien ¿qué diferencia real hay entre hombre e insecto? He de suponer que la antropomorfización comienza cuando se encuentra un reflejo positivo entre el ser humano con otro ser: humano, animal o material. “Yo te considero mi igual, un humano, porque veo en ti lo que veo en mí; una persona bonita, inteligente”, “este mueble es parte de la familia, es el corazón de la casa”. Prácticamente la humanización se crea cuando el ser humano decide hacer humano otro ser u objeto, pues es el único que con solo nombrar puede otorgar alma. El humano es el único que puede humanizar su medio y se trata de un mero acto que lleva a una igualdad y desigualdad de características que te hacen real, relevante o inferior y despreciable. El ser humano no es bueno. El ser humano no es bondadoso. El ser humano es una plaga. El insecto es una plaga. ¿Qué diferencia puede haber entre un insecto y el ser humano? Ambos partimos de ser seres vivos y de que habitamos los mismos lugares: la casa, la escuela, el campo, la mente de algunas personas, el trabajo, pero ¿qué relevancia se encuentra en esta comparación y cómo se contradice el instinto a la emoción?

He de decir que siempre se mirará de adentro hacia afuera. Siempre se observará la realidad y las composiciones de ésta a través de ojos que analizan las cosas en el interior del ser humano: en el cerebro, en las redes neuronales, es decir, siempre va a depender del individuo que mira. Si yo percibo insectos en mi piel o suciedad en las manos, pero tú no los puedes ver ¿significa que no es real?; si estás en la cocina, que no se ha limpiado en semanas en plena primavera o verano y no ves ningún insecto ¿significa que no los hay? o, peor aún, si estoy en soledad y pienso en mi mejor amigo de la infancia y no está ahí ¿qué tan real puede ser su presencia? 

No tengo respuesta, pero creo sólidamente en que las sensaciones que produce la piel a través de un recuerdo, una ingenuidad o una alucinación son presencias reales que asechan e infectan tu entorno: visibles o invisibles, ahí están. La humanización es semejante. Los objetos o insectos estarán en el entorno que habitas siempre, los veas o no, pero cuando te reflejes en ellos o veas que se parecen a ti porque te encuentras en la mirada del perro o en el dolor que produce el piquete de una avispa habrá humanización, igualdad y, por desgracia, relevancia. Tu instinto se asemejará al de ellos para encontrar igualdades y diferencias: producirá una emoción y de inmediato se podría asociar la entrega del macho a los depredadores, que da la vida por las crías, con los humanos a las afueras, en medio de una pandemia, para alimentar a sus hijos que piden comida o agua. Es innegable, parece indiscutible, que la humanización parte del mirar desde adentro para reconocer y después atribuir.

Aun así, las leyes biológicas son otras y por ellas se vuelve impensable dicho reconocimiento entre animales y humanos. Sin embargo ¿qué hay de la otra clase de insectos? Por ejemplo, de aquellos que reptan y se intensifican cuando no se puede dejar de pensar, pues huelen esa feromona que emana de algunos seres humanos y atrapan al individuo en un estado momificado o histérico, ¿tienen el mismo comportamiento éstos que los insectos originales y estudiados: los que no se humanizan?

Hay un principio que se respeta en las personas que tienen insectos viviendo en la piel o la mente: ellos ven comportamientos de insectos en las criaturas que viven en ellos. Bajo estos términos no estamos hablando ya de biología o análisis, sino de una condición médica que olvidó humanizar no tanto a los insectos sino a las personas. La creación de los inconvenientes que ensayan los humanos ante un consultorio para explicar sensaciones y buscar respuestas de lo que ven llevan al diagnóstico de un síndrome mental determinado por un tiempo y espacio en específico: síndrome de Ekbom, un conjunto de síntomas que se dan juntos y provoca la creencia y vivencia de infestación cutánea de insectos, larvas, huevecillos, acompañada de evidencias en la piel.

Hasta el momento se ha tratado a los insectos como criaturitas que habitan con nosotros, que nos ocasionan daño a veces pero que son importantes, que son increíbles, bastos, pero, al mismo tiempo, misteriosos y se les ha atribuido la errada humanización desde una perspectiva de comparación de emociones y acciones. Sin embargo, con las personas con este síndrome, ¿qué pasa? Los insectos no tienen aquí una repercusión positiva donde, si hay más crisopas en la piel, significa que hay más posibilidades de que no llegue otro insecto a comerte. Al contrario. Los espacios en los que habitan tienen sin duda un lugar y forma de establecerse y, mientras no nos toquen, estaremos bien. Pero hay personas que los tienen en la epidermis, donde los insectos parecen un recuerdo en un sueño, donde dudas si es real o no, pero a medida que pasas el día, el recuerdo se vuelve real, lo estás viviendo, estas sintiendo movimiento entre los folículos de los vellos y ¡lo ves! ¡Ahí está! Pasa un momento y vuelves a sentir el piquete en la espalda y crees que son nervios, pero te rascas igual. Todo el día así. Crees que tu habitación y tú casa está infestada de insectos, pero nunca piensas que eres tú. 

En el transcurso de ir al doctor crees firmemente que algo está pasando en ti, que la hormiguilla cutánea formó ya una población destructiva y, como estos animalillos son instintivos, sabes que harán lo que sea para preservar su especie, sin importar que tengan que vivir entre los cabellos, criando huevecillos debajo de la piel, copulando dentro de la carne, etc. Aquí tenemos el primer comportamiento y comparación con el insecto sin humanizar, ¿será que sí se vuelven “humanos” estos insectos, con los que se vive y odia antes de un tratamiento? Solo pensemos en la soledad. 

Nadie te saluda, no sales de casa, no puedes salir de casa porque hay más insectos afuera que te pueden atacar o puedes atraer, no tienes razón para salir de casa, eres tú y los muebles en una casa media llena de primavera. Por un momento, cuando el síndrome creció y creó más patitas y heridas, te adjetivas primero como “¡loca!” y luego nombras la sensación insoportable: “¡no lo comprendo! ¿Qué me está pasando?”. Invocas a tus huéspedes y le das un nombre “¿quiénes son ustedes?”. Los comienzas a adjetivar y al final de esos días comprendes que ellos tienen que irse. Te rodearon y los puedes sentir, como cuando te topas a una multitud mientras caminas en una banqueta cuando salen los niños de la escuela, y mientras te das cuenta de que hay otros ocultos en sus casas viendo TV, pegados al módem; viendo y haciendo lo que sea que su población haga. 

¿Cómo estos millones de individuos, que nos rodean y probablemente nos observan y nos sienten a través de todas las cualidades que existen en su diminuto cuerpo, están conectados y emparentados entre ellos, al igual que todos los seres humanos, de manera física e imaginaria? Prácticamente somos una cadena de coincidencias, que formamos redes dependientes y enfermizas entre todos los organismos que habitamos el planeta, incluso, con aquellos seres con capacidades definidas que se meten dentro de las hendiduras de los hogares, de nuestros cuerpos y nuestras mentes: los insectos. Cada cual, humano e insecto, está existiendo en un universo que vendría siendo un hogar, unos brazos, una cabeza siendo consciente de que existen allá afuera más individuos como ellos o distintos a ellos que pueden ser sus enemigos o su alimento también.

Sin embargo, esto no es para crear una idea de que existe la posibilidad de insectos viviendo en nuestra mente de manera física, que se inmiscuyen en nuestras venas generando sensaciones de patitas subiendo a las rodillas o espalda, ni mucho menos de ver poros abiertos de los que parece salir globitos o huevecillos de algún insecto desconocido. En lo absoluto. Eso implicaría que los insectos son más que eso, al grado de habitar entre nosotros y depender de nosotros, como si fueran humanos, creando sensaciones reales en nuestros cuerpos y sentimientos. Tema absurdo pues, como se dijo al principio, es imposible y para nada científico mirar a los insectos como seres humanos o, en algunos casos, como seres reales.

PERFIL IRRADIACIÓN

Mercedes Angélica Acosta Viveros (Xalapa, 1999). Estudiante de Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Veracruzana.