PERCIBIR LA DISRITMIA DE UNA REALIDAD SENSORIAL: ISLA PARTIDA DE DANIELA TARAZONA

POR JUAN PABLO MAURICIO GARCÍA ÁLVAREZ

La ficción es un lenguaje que ayuda a la construcción de un mundo alterno al cotidiano para la comprensión o problematización de lo real en un intento por conocer parte de su composición, indagar en posibles respuestas que nos permitan acercarnos más a esa edificación que constantemente cuestionamos: la verdad. Este código creado, muchas veces, y más durante el siglo XXI, reproduce parte de las funciones que el cerebro realiza: un establecimiento de conexiones entre distintos componentes bioquímicos que forman parte de las neuronas a partir de un proceso cognitivo que nos permite vislumbrar lo que entenderemos por realidad y por lo cierto. Hecho similar al momento de relatarse una historia en que un elemento textual establece puentes de contacto con otro para codificar una imagen, y así componer signos que se irán descodificando para desenmarañar lo expuesto por medio de mensajes significativos. Además, claro está, la simulación se aprovecha del aprendizaje social y cultural de nuestra historia personal para edificar y nombrar otra realidad con la que percibimos lo inmediato, ya sea para tomar alguna decisión importante, proyectando una posibilidad de futuro o, simplemente, para determinar lo que haremos de forma inmediata sin profundizar en la acción. De ahí que las emociones jueguen un papel importante al constituirse como primeros receptáculos de cualquier tipo de experiencia, lo que nos llevará a una reflexión sobre el ejercicio sensorial realizado y que, a su vez, ayudará a la formación de una idea o concepto. Por esta razón, la importancia de nombrar eso que nos pasa por delante o que, incluso, altera nuestra perspectiva de mundo se vuelve esencial al crear un lenguaje propio que tiene su origen en una representación mental y en la configuración de una identidad. 

Pero ¿qué pasa cuando los canales de comunicación fallan y se distorsiona la información recibida por medio de estímulos?, ¿cuáles son los efectos producidos por la ruptura de la red compleja que forma el entendimiento y ayuda a delimitar lo real de lo imaginario? Estas y otras preguntas aparecen en la más reciente novela de Daniela Tarazona, Isla partida, cuya protagonista sufre un trastorno neurológico: disritmia cerebral. Esto causa un impacto profundo en su percepción de la realidad al no completarse algunos contactos eléctricos en su cerebro, produciendo un patrón del ritmo de los procesos cognitivos inconsistente, lo que origina una serie de síntomas de los cuales seremos testigos: disociación en su concepción de lo verdadero, un dolor constante tanto físico como anímico provocado por la ausencia de sustentos de una memoria histórica personal, la falta de fronteras entre el pasado, presente y futuro causando una alteración en la unidad tiempo-espacio de la cotidianidad, además de una ausencia de voz que no permite nombrar la afectación de un suceso por la falta de un referente claro y que, para ello, solicita una particular forma de observación.

 Esta novela se construye de forma fragmentaria, tratando de emular ese ritmo discontinuo de los procesos cognitivos del cerebro: fugas de representación en que la mujer protagonista se relata así misma lo que va sucediendo con el afán de comprenderse y tratar de establecer si lo que ve y percibe es parte de ella o se debe a ese desdoblamiento constante ―voluntario o no― que le ocurre a lo largo de la narración. Esto como resultado de la existencia de una superposición de planos de realidad, aunque carentes en varios momentos de un sustento racional-lineal, lo que provoca un desasosiego en la comprensión del relato. Razón por la cual, el lector de este texto debe compartir la incompatibilidad temporal del mundo cotidiano ahí representado, entrar en el juego que Tarazona recrea para interactuar con ese universo interno inestable de la ficción misma, pero que, desde la perspectiva de comprensión de la identidad inasible de la protagonista, se torna como la única posibilidad de plasmar una red de pensamientos, cuyo ritmo marca una pauta fuera de la lógica común, pero en equilibrio desde ese punto de vista de representación.

Por tanto, la idea de “percibir” que se persigue en la novela ofrece una mirada caleidoscópica en donde el color de la realidad adquiere una cromática no definida, ni establecida por un condicionamiento único y estable, sino que la experiencia en todo momento ―propia o ajena― se convierte en el vértice de una serie de trazos en donde los objetos rememorados por la protagonista tratan de constituirse como la explicación de algo que no  posee una clara definición debido al posicionamiento de la mirada que busca descodificarlos: la historia de las mujeres de su familia, la muerte de su madre, y los relatos puestos en escena, no desde su objetividad, sino desde la comprensión de la incomprensión. Objetos vacíos y materializados en recuerdos que de manera inconsciente adquieren relevancia por la conexión que guardan con el ser consciente que siempre busca otorgar un significado.

Desde esta opción creativa, la indagación del ser se muestra como un espiral temporal, una suerte de bucle sensorial, cuya naturaleza es ir de un tiempo a otro sin alguna correlación aparente, pero que trastocado con otro plano permite la apertura de una posibilidad hasta ese momento ajena para la memoria y que, al final del proceso de averiguar la verdadera identidad, ocurre el enfrentamiento entre una realidad bifurcada. Una de éstas, la ficcional dentro de la realidad textual que muere como efecto de una catarsis trágica y se intenta con esta acción enterrar el padecimiento de la disociación, mientras que la otra, perteneciente al plano real de la protagonista hace posible dar punto final a su narración, tras la aceptación de su padecimiento neurológico. Acción última que permite aceptar la muerte como una experiencia indirecta por la ausencia de vivirla directamente.En Isla partida somos testigos de la invención de una ficción segmentaria que se utiliza para construir una amplitud de la realidad verdadera de ese universo heterogéneo, en que cada parte constitutiva dará sentido a lo que pareciera carece de éste; un desdoblamiento de ese universo paralelo que aparece en nuestra mente para dar sentido a nuestra existencia o a la misma muerte del presente. Daniela Tarazana explora una geografía alterna dentro de la misma experimentación de la ficción para ofrecernos respuestas desde el plano sensorial que, a veces, y como pasa a lo largo de la novela, serán el único camino de aceptación o resignación ante una contraposición de la imagen mental y su materialización en el plano de la realidad por medio de un lenguaje que recurre a lo poético para su pervivencia.

Juan Pablo Mauricio García Álvarez (Ciudad de México, 1982). Doctor en Literatura Hispánica por El Colegio de México. Actualmente es profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa y de SAE Institute México. Las líneas de investigación que desarrolla son la literatura medieval y del Siglo de Oro español, narrativa hispanoamericana y literatura híbrida experimental del siglo XXI, se interesa por el estudio de los sistemas de pensamiento de la temprana Modernidad y la actualidad.