MINUIT PASSÉ DE DOUZE HEURES / LE POLYGONE ÉTOILÉ, DE KATEB YACINE

TRADUCCIÓN DE ASAEL SORIANO

PREÁMBULO

Kateb Yacine (1929-1989) es una leyenda de la literatura argelina. Su primera novela, Nedjma (1956), escrita en francés, lo posicionó de manera indiscutible en el centro de la literatura moderna de su país. Se trata de un libro oscuro, de un lirismo salvaje, en el cual el autor abordó los temas que circularon a lo largo de toda su obra: los conflictos religiosos, la política tribal, el colonialismo francés, la tensión entre el mundo bereber y el mundo árabe, la posición de la mujer en un país islámico, el racismo, el amor. Kateb Yacine fue comunista y hombre de gran vehemencia política. Estuvo preso durante dos meses bajo el gobierno del poder colonial. Su honestidad lo llevó a ganarse enemigos en los más variados bandos. En una etapa tardía de su carrera, cambió la complejidad laberíntica de su primera novela por la escritura y la representación clara y directa de obras de teatro en árabe y en bereber. De ese modo intentó mostrar la historia de Argelia, con obras como La Kahina, inspirada en la reina y guerrera bereber que se enfrentó a las invasiones islámicas. Apasionado, además, por la cultura y la lengua francesa, en una entrevista afirmó: “Si los franceses perdieron la guerra, no es porque sean menos trabajadores o menos inteligentes que nosotros. Es porque nosotros conocemos su lengua y ellos ignoran la nuestra.”

El primer texto que presentamos pertenece a la antología de escritos periodísticos Minuit passé de douze heures. El segundo es un fragmento de la novela Le polygone étoilé.

CON O SIN RIFLE

El hombre del Sahara no puede extraviarse. Su soledad no tiene límites. A lo largo del camino no escuché a un solo combatiente expresar amargura acerca de esos conflictos imaginarios que suelen funcionar como reclamos, disimulados a la perfección, pero que el pueblo, el verdadero, no conserva: su memoria no está hecha para tales disputas. Sabe ser pequeño.

Dicho rápido, el Sahariano ignora lo superficial. El absoluto y el sacrificio, he ahí su pan de cada día. Si bien eso no le impide ser exacto como una máquina de guerra. Aquello que llamamos el infinito, es, para él, un cierto rayo que distingue, de forma inmediata, al tomar en su mano un poco de arena: podría estar ciego y orientarse con precisión, describir el sitio donde se mueve, gracias a ese reloj de arena, sucedáneo de magia, su única herencia, su saber exclusivo.

De hecho, no posee otra magia que su poder, extremo, de concentración. Su arte de reducir, todo, a puntos y líneas, y su rechazo a hacer con eso una representación. Desde niño aprende a sintetizar ese saber, al punto de volverlo inaccesible a otro que no sea él. Esa es la razón por la cual el hombre del Sur es distraído, o se podría decir que egoísta, con respecto a los signos externos, y se inclina, totalmente, hacia lo esencial: la lucha por la sobrevivencia, con o sin rifle. Hablar de su gran nobleza o de su perseverancia no es sino un lugar común. Es, mucho más que cualquiera, devoto de la eficacia, de lo árido, de lo concreto. No es comunicativo. Con frecuencia llega al final. Pero en el momento exacto.

(FRAGMENTO DE Le polygone étoilé)

Nunca estábamos a la espera del regreso de los Beni Hilal. ¡Pero volvían siempre, creaban el trastorno de los monumentos, y se llevaban a los muertos, temerosos y orgullosos de su misterio, desconocidos y de conocimiento oscuro, hijos preconcebidos de una maternidad en exceso dolorosa para poder perdonarlos, para seguirlos en sus tanteos ávidos, en sus luchas intestinas, en sus peregrinaciones, que los devoraban, a uno tras otro, democráticamente, en el resentimiento tragicómico de amores sin interrupción, machos tallados en pedazos, partos sin freno, sin ayuda, sin socorro, de furia vacía, mortificante, cual un suicidio que recomienza, sin querer ya saber, con la esperanza prohibida, otra cosa que no fueran las visiones últimas de enfrentamientos sin piedad, en la mera obnubilación, la soledad, y su tribulación pensativa de comunidad dispersa, pero que se reagrupaba siempre alrededor de la penitenciaria que llamaban Islam, Nación, frente o Revolución, como si ninguna palabra contuviera suficiente sal, y erraban, con soplo cortado en busca de la luna, de agua o de viento, hacia los acordes de las grutas que comunican entre sí, el comité ejecutivo, redoblado con su destino de manco intrépido, sus energías de última suerte, dentro de los caminos de lodo de forma aún temblorosa, ni siquiera proletaria, a duras penas consciente, y que les volvía sin consuelo, manchada, nunca hostigada lo suficiente, como para pedirles el golpe de gracia, o la vuelta, en forma de fuerzas, y el olvido de las derrotas, y, como para sumergirlos en caricias potentes, suministrarles la bofetada o el seno materno, y hacer brotar, en ellos, la memoria de las hazañas legendarias, pues tan sólo ella podía hacerlos vivir, hablarles, cuchicheo de fogata al renovar la piel en la tormenta veloz de verano, cantos de aurora destinados a los hermanos del insomnio, burlona protección de la camada de crías de osos, pequeñitos, que acunarían, pronto, sonidos de una hostilidad absurda, bajo un follaje prohibido e hiriente, ellos, los locos del desierto, del mar, del bosque!

PERFIL IRRADIACIÓN

Asael Soriano (Texcoco, 1984). Ha publicado textos literarios y ensayísticos en medios impresos y virtuales. Es cotraductor (y autor del ensayo introductorio) del libro Después de Rimbaud la muerte de las artes, del poeta y ensayista Roger Gilbert-Lecomte, aparecido en la UNAM.