VEINTE AÑOS DESPUÉS | POR DANIEL ZÁRATE

1. Han pasado veinte años desde la aparición de Ante el dolor de los demás. Dos décadas son insignificantes comparadas con el tiempo de la Humanidad, apenas un microsegundo del cosmos. Esta obra, escrita por una Susan Sontag lúcida y crítica, parece ser una confirmación de la profecía de Lenin, según la cual, la fisonomía del siglo XX estaría caracterizada por las guerras y las revoluciones. Sin embargo, el texto también es una constatación del «arma de doble filo» en la que se desenvuelven siempre los seres humanos en la Tierra. En este contexto, un filo se refiere a la posibilidad de conocer mediante imágenes a los otros, sus tragedias y sus necesidades; el segundo, enfatiza que ese conocimiento está enmarcado en una globalización moral y cultural que se asienta sobre premisas falsas, tales como valores nominales o propagandísticos. En medio de estas tensiones se abre una fisura que muestra la posibilidad, ínfima y patética, de lograr transformaciones en la realidad mediante acciones concretas y concertadas. Ante el dolor de los demás se mueve dentro de esta espiral, caótica, desgarradora pero siempre valiente. Una penetrante reflexión sobre las guerras, la mutilación física y moral y el efecto de las fotografías de guerra en la consciencia humana. 

2. El fragmento encarna la sensibilidad moderna por excelencia, y la fotografía su producto más acabado. Después de Walter Benjamin, las reflexiones más profundas, críticas y apasionantes acerca del fenómeno fotográfico se encuentran en Sobre la fotografía de Susan Sontag. Esta obra, publicada en 1977, mantiene un diálogo constante con Benjamin y aborda de forma clara temas previamente tratados por el filósofo alemán, como el problema de la autenticidad, la pérdida del aura, la transformación del valor de culto en valor de exhibición, la hipercirculación y consumo de materiales fotográficos, la estetización de la guerra y cómo el rostro humano es una trinchera contra el olvido, un refugio para el recuerdo del amor a los seres amados, lejanos o fallecidos. Sin embargo, los ensayos reunidos en Sobre la fotografía superan a Benjamin porque resultan más ambiciosos. El vivaz acercamiento de la autora al tema incluye perspectivas que abarcan desde Platón hasta Melville, desde la historia de la pintura hasta la del cine, pasando por la literatura, la publicidad y la sociología.

Una de las tesis presentes en Sobre la fotografía sostiene que las fotografías, especialmente las referentes a catástrofes, pueden, potencialmente, consolidar y transformar nuestro sentido moral. No obstante, Sontag sabía que esa cualidad de los productos fotográficos es frágil, y una exposición constante a imágenes terribles no estimula nuestra respuesta ética, sino que la atrofia. El efecto moralizante se desgasta con la repetición desmedida de imágenes bélicas; la indignación humana pierde su fuerza al convivir día y noche con imágenes horripilantes expuestas en cientos de medios. Nuestra capacidad para digerir crueldades en imágenes no actúa como una liberación y respuesta ética efectiva, sino que debilita nuestra reacción compasiva. Sontag señala que esta mirada consumista no es cínica, simplemente es ingenua, y que la estetización de la guerra en la época de posguerra no responde a lógicas fascistas, sino a la pueril mentalidad pop. Así, una de sus conclusiones fue la necesidad de «una dieta de imágenes», pues la hipercirculación de fotografías terribles y su posterior exhibición pseudoartística en galerías dificultan agudizar nuestro sentido moral.

3. Debido a su cercana experiencia en la guerra de Bosnia y su estancia en Sarajevo, Susan Sontag pudo reconocer que las fotografías tomadas por muchos fotoperiodistas servían para dar testimonio de las atrocidades cometidas por los serbios. Además, estallada la guerra de Irak, las imágenes de las prisiones de Abu Ghraib funcionaron como detonadores sociales para condenar públicamente la ocupación estadounidense en Medio Oriente. No obstante, ella mantenía una posición crítica sobre las fotografías de guerra. No concedía, y menos aún con la explotación de internet, que las imágenes bélicas sólo poseyeran un valor documental. Así, a partir de sus reflexiones previas, su experiencia cercana en guerras contemporáneas y su ojo atento a las declaraciones públicas de los altos mandos de distintos gobiernos, en 2003 publica Ante el dolor de los demás.

En esta obra, aunque mantiene muchas de las tesis vertidas en su primer acercamiento, especialmente las referidas al valor ambivalente de los materiales fotográficos, sus críticas más fuertes están dirigidas hacia ella misma. Sontag reconoce que en Sobre la fotografía había aceptado que las fotografías, su enfoque y distribución pública, estaban dictadas por las bases ideológicas de las cuales emanaban; la estetización de la guerra estaba impuesta por poderes abstractos. Sin embargo, en Ante el dolor de los demás afirma que la atención y las narrativas visuales están guiadas por medios de comunicación bien identificables, que responden a intereses de políticos con nombre y apellido. Además, se retracta de sostener que la hipersaturación de imágenes atroces nos vuelve insensibles ante las catástrofes bélicas, y en su lugar, identifica la precaria compasión que las imágenes nos provocan con los medios en que se presentan, como la televisión y los ordenadores. Ahora también añadiríamos las redes sociales, en las cuales la atención se mantiene en la superficie y resulta inestable y totalmente indiferente al contenido. En esos medios efímeros, los consumidores necesitamos la sobreestimulación para volver a ellos una y otra vez, pues una vinculación más reflexiva con el contenido precisaría de una determinada intensidad de atención: justo la que se ve disminuida por las expectativas inducidas en las imágenes que diseminan los medios, cuya lixiviación de contenido es lo que más contribuye a que se agote el sentimiento.

4. En Ante el dolor de los demás, Sontag sostiene que su idea acerca del adormecimiento moral que las fotografías pueden provocar proviene de una noción muy difundida sobre la realidad como representación, o como haría popular Guy Debord, de “la sociedad del espectáculo. La escritora declara que ella misma se adhirió a esa retórica bastante persuasiva, pero detrás de esos informes poco reflexivos se esconde, según ella, una conducta cínica que supone que todas las personas somos espectadores, que las guerras son un espectáculo, insinuando de modo perverso y a la ligera que en el mundo no hay sufrimiento real. Para Sontag, es absurdo pensar el mundo en esos términos, pues resulta ser la narrativa de personas privilegiadas que nunca han presenciado el sufrimiento ajeno de primera mano, una lógica que facilita la pasividad y muchas veces desacredita la tarea del fotógrafo de guerra. Según este concepto, quien cubre de cerca las catástrofes es llamado «turista bélico».

En este punto, cabe preguntarse: ¿cuáles son las posibilidades de las fotografías para actualizar nuestro sentido ético?, ¿qué herramientas son necesarias para no fetichizar el sufrimiento ajeno?, ¿qué se hace con el conocimiento que las fotografías aportan del sufrimiento lejano?, ¿hay antídoto a la perenne seducción de la guerra?, ¿podemos llegar a movilizarnos activamente en contra de la guerra por medio de una imagen? Sontag reconoce que todas estas preguntas no tienen una respuesta definitiva, pues mientras la guerra siga siendo la norma, las fotografías bélicas seguirán proliferando, al igual que todas sus dificultades. No obstante, ella misma ya no recomienda aislarnos de las atrocidades capturadas en imágenes, sino cambiar nuestra relación irreflexiva con ellas, y esto solo puede darse a través de las narraciones. Aunque las fotografías nos permitan recordar que la maldad humana existe y son muestra de las vejaciones que un ser humano está dispuesto a cometer contra otro, permitiéndonos conocer lo que ocurre a miles de kilómetros de distancia, lamentablemente, las fotografías no hablan, no cuentan historias, por lo tanto, no nos permiten tener conciencia de lo que ocurrió. El problema no es que la gente recuerde por medio de fotografías, sino que sólo recuerde las fotografías. Debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan para no olvidar, pero la memoria no es suficiente para que brote la reflexión, se necesitan narraciones que posibiliten humanizar a las víctimas y reanimar nuestro compromiso moral hacia ellas.

Las fotografías son sólo el primer escalón hacia procesos más complejos para procesar la indignación. Nos invitan a prestar atención al mundo, pero no son suficientes para la movilización; tan sólo permiten preguntar: ¿quién causó lo que muestra la foto?, ¿quién es responsable?, ¿se puede excusar?, ¿fue inevitable?, ¿hay un estado de cosas que hemos aceptado hasta ahora y que debemos poner en entredicho? Realizar estas preguntas e intentar contestarlas a través de expresiones verbales demarca una frontera entre la estetización de las atrocidades y las fotografías como poderosas armas que permiten posicionarnos contra el sufrimiento ajeno.

5. Aunque la fotografía genera obras que pueden considerarse arte, no es en absoluto una disciplina artística. Como el lenguaje, es un medio con el cual se crean obras de arte, entre otras cosas. Esas otras cosas pueden ser retratos para pasaportes, fotografías del clima, imágenes pornográficas, fotografías de boda y evidencias de las torturas realizadas por distintos cárteles criminales de nuestro país. Delimitar la frontera entre qué imágenes y representaciones son meramente documentales y cuáles serían pertinentes colocar en espacios artísticos para su exhibición es un problema que parece no tener una respuesta definitiva.

El trabajo de Sontag nos permite no sólo encontrar las narrativas apropiadas para dar cuenta de las atrocidades que sufren los demás, sino también nos recuerda y encomienda no olvidar que detrás de todas las imágenes de catástrofes humanas se hallaban personas de carne y hueso con sufrimientos reales. Condiciona nuestra mirada al compromiso reflexivo, a realizar las preguntas pertinentes y no sólo a exclamar «qué terrible» para posteriormente cambiar de canal o página. Las reflexiones de Sontag estimulan una visión ética del mundo, con la cual podemos reactivar nuestro sentido compasivo hacia los otros, sin caer en sentimentalismos condescendientes y mucho menos en actitudes cínicas.

El trabajo de Sontag solo inspira la primera parte de la tarea delimitadora, pero es de las pocas obras críticas que ponen en primer plano la dignidad humana. Lo más terrible es que esos muertos están desinteresados del todo en los vivos, en quienes les han quitado la vida, en los testigos y en nosotros. ¿Por qué habrían de buscar nuestra mirada? ¿Qué podrían decirnos?

Apéndice de citas, homenaje a S.S.

«La humanidad, que fue una vez, en Homero, un objeto de contemplación para los dioses olímpicos, se ha vuelto ahora objeto de contemplación para sí misma. Su autoenajenación ha alcanzado un grado tal, que le permite vivir su propia aniquilación como goce estético». Walter Benjamin, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica.

«Las imágenes pasman. Las imágenes anestesian. Un acontecimiento conocido mediante fotografías sin duda adquiere más realidad que si jamás se hubieran visto (…). Pero después de una exposición repetida a las imágenes también el acontecimiento pierde realidad». Susan Sontag, Sobre la fotografía.

«La fotografía, que tiene tantos usos narcisistas, también es un instrumento poderoso para despersonalizar nuestra relación con el mundo; y ambos usos son complementarios». Susan Sontag, Sobre la fotografía.

«La fotografía es como una cita, una máxima o un proverbio. Cada cual almacena mentalmente cientos de fotografías, sujetas a la recuperación instantánea». Susan Sontag, Ante el dolor de los demás.

«Apartarse de la agresividad del mundo es lo que nos permite la observación y la atención electiva (…). No hay nada de malo en apartarse y reflexionar. Nadie puede pensar y golpear a alguien al mismo tiempo». Susan Sontag, Ante el dolor de los demás.«Leoncío, hijo de Aglayón, subía de El Pireo bajo la parte externa del muro boreal, cuando percibió unos cadáveres que yacían junto al verdugo público. Experimentó el deseo de mirarlos, pero a la vez sintió una repugnancia que lo apartaba de allí, y durante unos momentos se debatió interiormente y se cubrió el rostro. Finalmente, vencido por su deseo, con los ojos desmesuradamente abiertos corrió hacia los cadáveres y gritó: “Mirad, malditos, satisfaceos con tan bello espectáculo». Platón, República.

Daniel Zárate (Ciudad de México). Es licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana, Universidad Iztapalapa. Graduado con el trabajo de investigación «Sobre el concepto de “vita activa” en Hannah Arendt». Ganó el primer lugar en la categoría de ensayo creativo con el texto “Más allá de la metáfora”, de la primera edición del Concurso de Escritura Creativa Nadie hablará del sida cuando estemos muertxs, otorgado por Inspira Cambio A. C. El texto fue incluido dentro de la compilación Relatos Víricos: Antología Seropositiva vol. 1.