VÉNDEME FUEGO | POR VALENTINA GONZALES ARAMAYO HUANCA

El aire frío de las tres de la mañana en un día de invierno podía llegar a calar los huesos hasta de la persona más fuerte y experimentada, pero la mezcla de alcohol en grandes cantidades y puchos hacía que Oruro parezca Cochabamba y la Plaza de la Ranchería, la Plaza Colón. 

Mario estaba ebrio hasta las patas, su pierna izquierda parecía la derecha y la derecha la izquierda, así que caminaba dando tumbos por la calle, con todo el aire que sus pulmones podían almacenar; se reía de su propia sombra y cantaba una morenada que había escuchado en el bar antes de recogerse. En su mano izquierda llevaba una botella vacía de Casa Real; al darse cuenta de este hecho, la arrojó furioso contra el gran portón del orfanato Penny. Desesperado de llevarse algo a la boca para seguir con su jolgorio y evitar el frío buscó a ciegas en sus bolsillos la caja de puchos que le había robado a uno de sus cuates. Para su suerte, la caja contenía solo un cigarro, era todo lo que quería… Pero… ¡Carajo! Se había olvidado cobrarse el encendedor. 

Su vista embriagada vislumbró a lo lejos una luz tenue que salía de una de las casas, ¡una tienda! El Tío seguro estaba viendo su desventura y lo guiaba hacia su destino. Con una sonrisa pícara avanzó por la calle en penumbra. Su cuerpo adormecido apenas le hacía caso, pero su cerebro borracho estaba determinado a seguir sedado; un pie delante del otro… o bueno, casi. Avanzó hacia esa luz que asemejaba un oasis en la oscuridad. 

Llegó al umbral de la puerta y al grito de: “buenaasssss Tardessss” esperó a que alguien le atendiera. Nada. Golpeó con fuerza la puerta: “señooo… véendemee…”. A lo que una viejita bien pequeña y ataviada de luto, con un velo sobre su rostro, salió lentamente de la parte de atrás de la tienda. 

—Buenas noches, joven, ¿qué le ofrezco?

—Ah sssíii… sí, señiito, véndeme fuego, puesss…

De pronto, la luz de la habitación se fue apagando lentamente y esta vez Mario, a pesar de estar tan ebrio sintió cómo el frío quemaba su piel. Un silencio penetrante reinó en la tiendita y hasta los perros de la zona se callaron. La voz de la viejita que tenía delante cambió a un tono más grueso, gutural, múltiple: 

—¿Quieres… fuego?

El velo que tenía puesto la señora se levantó como movido por una suave brisa, mostrando así un rostro cubierto enteramente por llamas.

—¿Este es el fuego que buscas?

Valentina Gonzales Aramayo Huanca (Oruro, Bolivia, 2000). De profesión psicóloga, artesana cuando tiene bajón, actriz de teatro cuando se puede, titiritera en miniatura, bailarina en todos lados, escritora en el mundo y amante del arte en todas sus formas, tamaños, sabores y texturas. Ganadora tercer lugar del 1er Premio Municipal de Poesía Oruro-Bolivia con “Tumulto en Latencia” y ganadora Ilustro tu Cuento de @JavierNeiraIlustrador con “Solo”.