Villano Vender al sol para comprarle libretas a las estatuas, orinar en el mar mientras cierras los ojos y piensas en la piel de una naranja avergonzada, regodearse en la lluvia arropado en un tigre de fibras sintetizadas, mientras la maquinaria que moviliza el planeta murmura entre la grama el nombre de cada cerro. Cuando la pintura se seca sobre los relieves de la arcilla, el púrpura ya no brilla, ni te besa los dedos cuando lo tocas por descuido. Aquel que sueña es el villano que le roba orgasmos a Minerva, es la brisa, es licor de almendra, sangre de los caracoles en Fenicia que reviste su victoria, al menos por un momento, antes que otro dios retome el cetro y Prometeo regrese a trabajar su turno. Estado de emergencia anticipándose al eclipse del 8 de abril Cuando nuestra jornada pide tregua me salgo a que la mente se vierta, cual si fuera espadín oaxaqueño que besa bordes de la hojalata. La noche se enlama, el tiempo es tibio. Nuestro hijo que es la media luna recita en exilio la semana. Cuando nuestra jornada pide tregua me salgo a que la mente se queme, como el cáñamo luciferino que amarrare al índice el papalote. No suena mi teléfono, se niega. nuestro hijo que es la media luna, se arranca las uñas mientras canta. No hay nadie afuera, solo suenan las polkas revestidas de bandera, verdes, blancas, rojas en plataformas. Mi alma negra que me cobra renta presume el viento y sus ojos jade. Quien fuera carne del mar enlatado, calor del motor en la madrugada, el dulce veneno de la nostalgia, la acarician más que a mi consciencia. Nuestro hijo que es la media luna, que tiene traslúcidas las arterias, que sólo respira de nuestro orgasmo, mastica extensiones de su muerte. No me bastaría el alambrado ─que sofoca las calles─ de escalera para llegar al cuarto que habita. No me distraen las luces en las casas, retransmisiones de mitologías, sudor de otras vidas, la rutina. Nuestro hijo que es la media luna llora a sus hermanos que sí viven, lote donde los árboles nos cubren, tu hogar donde debes esconderme. desde las trincheras de cada sueño, desde la hipotética secuencia, variante de incierta importancia, meiosis que no debió haber sido. Son nocivos los faros de los coches, las luces de LED y el vapor de sodio. Cruzo la calle y miro al cielo. Las nubes devoraron a mi hijo. Sólo queda fricción en la negrura, un canal que desemboca herido, la tierra que absorbe los cimientos. Es mentira que amar ilumina, no quedan nombres para los astros. Llegamos al fin del tiempo, te vistes. mi ser se escurre hacia el infierno para fecundar a las nebulosas. No deshieles las horas sin sueños Resido con inquilinos malditos, profesionistas que no se definen. Me roban el descanso de las noches con sus suspiros. Escucho garras abrir la nevera, protesta y disgusto entre dientes por lo que compro para mi despensa, monstruos a dieta. Arman fila para entrar al baño, sombras proyectadas bajo la puerta. Me abruma el humo de sus duchas, sus carraspeos. Aprieto los ojos y la cartera. En las paredes se abren más grietas, la luz es escasa y muy amarga. Ellos se ríen. Cuando despierto encuentro su ropa, trajes sentados junto a la mesa. La estufa se queda encendida, el cielo arde.
Brian Durán-Fuentes (Ciudad de México, 1990). Estudiante de la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad de Salamanca. Licenciado en Letras y Traducción Inglés-Español (UT Arlington). Ha publicado en revistas: Cuaderna Vía, Oyez Review, Thimble Magazine, Voicemail Poems, Mad Swirl. En antologías: Frisson (Raven’s Quoth Press), No Tender Fences: An Anthology of Immigrant & First-Generation American Poetry.