Ancira, A. (2023). Fragmentitos de un discurso amorosito. Granuja.
eras un sueño,
ayer no te fuiste
Mientras leía el tercer libro de Anaité Ancira (México, 1986), recordaba unos versos de la enigmática poeta guatemalteca Alaíde Foppa: “un día, / fuimos casi felices; / y yo no lo sabía”. Y es que sus Fragmentitos de un discurso amorosito (Granuja, 2023) se instalan en la tradición (si es que hay una) del desamor, la pérdida y el abandono. La poeta decide iniciar una reflexión, a través de imágenes extraídas de la cotidianidad, sobre la estructura sentimental de una ruptura, iluminada colateralmente por la obra de Roland Barthes (Fragmentos de un discurso amoroso), de la que toma el título.
En su libro, Barthes categoriza lo que él llama “discurso amoroso”, pues observa en el amor (y todo lo que este concepto conlleva, como el desamor) una expresión sintomática, que puede analizarse a través de sus procedimientos, que son los mismos para todxs sin importar la raza, clase social u otras consideraciones humanas. De una manera similar, Anaité busca organizar para nosotrxs, sus lectores, el proceso de una ruptura amorosa, pero siempre dentro del registro de lo cotidiano.
La autora y su poesía, desde su primer libro (Play, pausa, rec, mute, 2018), inscribe su poética dentro de la cotidianidad, una noción que muchxs poetxs han rescatado a partir del siglo xx, y que en la tradición mexicana tienen representantes como Rosario Castellanos, Jaime Sabines y la citada Alaíde Foppa, entre otrxs.
Este elemento de lo ordinario, de lo doméstico, contrario a lo sublime que caracterizaba a La Poesía, aparece en las palabras de Anaité como un acto de confirmación sentimental, la prueba de que los componentes cotidianos pueden servir como mecanismo poético, y aún más, abrir, como la puerta de una casa, otras nociones y acercamientos al ejercicio lírico. Ya lo preguntaba en Play la poeta: “¿te has puesto a llorar con el ruido de la aspiradora de tu vecina los domingos?”. Dentro de su poética, que se confirma en Antidiario de una ama de casa (2019), dichos elementos de lo común ejercen un hilo conductor para discurrir en temas como la maternidad, lo doméstico y las relaciones socioafectivas.
La búsqueda que Anaité realiza en sus Fragmentitos es de introspección, volver a su propia experiencia (del sujetx lírico, no de la poeta de carne y hueso) en una ruptura amorosa, el fracaso del amor romántico y desentrañar la situación desde la lejanía que tiene la escritura respecto a la emoción del momento.
El discurso sobre el desamor que recorre los Fragmentitos se organiza mediante la disposición de los poemas en siete pequeñas secciones, nombradas con títulos de canciones, como en una especie de playlist con la cual trapear la casa mientras se llora por el amor perdido. En el lado A del poemario, podemos escuchar a través de Soda Stéreo, Flans, José Alfredo y Mecano (un representativo inventario de sensibilidad para una generación) las escenas modeladas de una separación. Pero también trae los recuerdos que la memoria esconde contra nuestra voluntad en un rinconcito, esos detalles de la vida diaria en donde nuestra pareja va dejando parte de sí, y nos va moldeando lentamente. Dicha búsqueda en la memoria de lo cotidiano lo hace Anaité, de una forma más clara, en los capítulos I, III, IV y V.
Entra a ese mundo raro del desamor, retrospectivamente, con la actitud valiente de quien conoce a su próximo amor verdadero: es, pues, una enamorada, la que habla y dice. Cita así la obra de Barthes y logra dirigir la lectura no sólo con su postura brava sino también con la misma intención del crítico francés de intentar ordenar sus ideas respecto a una abstracción tan perecedera como el amor. El enfoque visual que la poeta nos propone en cada escena-poema es de quien mira en su propia memoria diferentes fragmentitos de lo que fue, estuvo presente pero ya no está, y que el otrx se llevó; la voz lírica se enfoca con angustia, tal vez con la esperanza de que quedara algo, esa angustia es de la que habla Barthes en su discursito: “el sujeto amoroso, a merced de tal o cual contingencia, se siente asaltado por el miedo a un peligro, a una herida, a un abandono, a una mudanza, sentimiento que expresa con el nombre de angustia”. Dicho sentimiento de agonía lo encuentra la voz poética en las cosas ordinarias en donde se comparte el amor y donde los restos del mismo se quedan: los desayunos, las labores domésticas, el tedio del entretenimiento, los hábitos, la construcción de un hogar, los defectos y errores, las relaciones sexuales, la mudanza del final, la memoria que, irónicamente, no olvida.
La angustia que la poeta encuentra en las cosas cotidianas se transforma en una ira contenida, propia del amante; esta ira es con la que abre el libro, en una encadenación de anhelos hacia la figura del amante que huyó:
que el vino te haga daño que te vuelvas alérgico al mar [...] que te engrapes un dedo que te olvides de todos que todos te olviden que te olvides de mi
Los recuerdos de aquel amor se reconstruyen a la par de esos últimos días juntos, cuando ya estaba decidido todo y las maletas estaban hechas. Anaité plasma a lo largo de las páginas, en ciertos momentos con humor curativo, una introspección en aquellos lugares e instantes simbólicos de una relación fallida, tal vez a causa de la monotonía y la rutina marchitante. Dicha posición burlesca respecto al discurso amoroso se da con mayor eficiencia en el último apartado titulado “Fragmentitos de un oráculo amoroso”, donde mediante un juego de augurio informático, presenta diversas conversaciones con un bot de twitter respecto al acto del amor. Este ejercicio le sirve para, de forma dialéctica, mostrar cómo funcionan algunos mecanismos sociales y emocionales que componen el discurso y la práctica del (des)amor:
@perritaverde siempre me busca en la madrugada y borracho @labotdeldesamor tiene síndrome de Bukowski🤮 @nosoytulady me busca siempre entre semana y en horarios laborales @labotdeldesamor está casado, obvio @aguacatesintaco sólo me busca cuando algo malo le pasa y está deprimido @labotdeldesamor no quiere dar, sólo recibir
De esta forma, podemos observar cómo la autora configura su discurso poético a través de la memoria de lo cotidiano, con una angustia propia del desamor y que intenta someter mediante un humor desesperanzado pero sanador.
Andrés Gómez (Silao, 1996). Editor.