POR ESTEBAN GONZÁLEZ
Utopía significa no rendirse a las cosas tal como son y luchar por las cosas tal como debieran ser.
Claudio Magris. Utopía y desencanto
Su voz vive en cada uno de nosotros, retumba en el bosque que él ayudó a salvar.
Nuria Santiago. Olivia, el bosque y las estrellas
Desde hace unos años, me he preguntado constantemente sobre la relación excluyente que hay entre el valor pedagógico y el valor estético de la literatura infantil y juvenil (en adelante, LIJ). Esta cuestión no es nueva en la crítica, ya que, desde los primeros textos sobre el tema, se estableció una división fundamental en la producción de los libros destinados a los niños y jóvenes. Por un lado, se encontraban aquellos libros de carácter puramente didáctico como enciclopedias, textos informativos, manuales para el aprendizaje de valores, etcétera. Por el otro, se hallaban los libros calificados como creación literaria, debido a su complejidad narrativa, construcción de personajes no arquetípicos, uso metafórico del lenguaje, en suma, porque lograban generar una experiencia estética.
Sin embargo, ¿la experiencia estética no es en sí un aprendizaje? El teórico de la recepción Hans Robert Jauss en Pequeña apología de la experiencia estética menciona que el arte puede propiciar en sus destinatarios la construcción de prácticas para la acción. Es decir, el placer estético no se manifiesta solamente en las emociones y mente del sujeto, sino que puede ser la pauta para la transformación de la realidad. Este planteamiento es fundamental, pues los receptores ideales de la LIJ son individuos en formación. En este sentido, su capacidad cognoscitiva retoma experiencias de cualquier tipo, incluida la estética, para construirse a sí mismo. En otras palabras, el arte influye en la conformación de su identidad. Y al contar con una determinación clara de su personalidad, también puede pensar en los vínculos que mantiene con los otros. De este modo, nace la ética.
Aclaro, no creo que la Literatura Infantil y Juvenil sea un medicamento que deba administrarse puntualmente al sujeto con la intención de “educar apropiadamente”. Tampoco sostengo que la ideología (política, religiosa, económica, etcétera) deba ser la línea a través de la cual se rija la producción artística enfocada a los niños. Me refiero a la formación del lector en el acto mismo de leer. Pienso en la imaginación de otros mundos posibles, en la visualización de otras maneras de relacionarnos con la sociedad y la naturaleza a través de la literatura. En resumen, en otras formas de ser y convivir.
La novela Olivia, el bosque y las estrellas de la escritora mexicana Nuria Santiago expone un tema crudo y desafortunadamente muy vigente en nuestra sociedad, la desaparición forzada como mecanismo de represión para frenar la defensa del territorio. No obstante, el tono del texto no es pesimista en absoluto (tampoco es optimista, claro), sino esperanzador y con miras a la transformación de esta circunstancia. En lo sucesivo, me enfocaré en tres ideas clave de la obra: comunidad, espacio y esperanza.
En el mundo contemporáneo, poco a poco la idea de comunidad difícilmente se relaciona con la noción de sujeto, ya que nos encontramos en una época donde lo primordial es defender nuestra individualidad ante cualquier amenaza de entrar en el sector común. Resulta paradójico que, en tiempos de la globalización y de la interconectividad, lo más importante, de manera general, sea el yo en lugar del nosotros.
Al principio, Olivia vive la desaparición de su padre de forma individual: “Ese día fue todo igual, no hubo ni una señal que pudiera indicarme cuánto cambiaría mi vida después de esa mañana; por eso no me levanté para darle un beso, ni un abrazo. Ni siquiera le grité adiós” (Olivia, 2015, p. 10). Posteriormente, la narración se centra en el duelo que vive la protagonista con su madre, de la cual, cabe mencionar, nunca conocemos el nombre (lo mismo pasa con el padre). No obstante, logran definirse a través de la enunciación de la niña narradora.
Mientras avanzamos en la lectura, el dolor no se mantiene solamente en el entorno más próximo al personaje principal, sino que trasciende la frontera de lo individual y logra ser comunitario: “Cuando nos reunimos los cinco le pregunté a Manuela: —Y tú, niña, ¿por qué te quieres unir a nosotros? —Porque mi papá tampoco aparece —respondió tímida. Me sentí muy mal por haber sido tan grosera […] —Y tú, Jacinto, ¿también perdiste a tu papá? —No, pero no quiero perderlo —contestó muy serio. […] No lo había pensado antes: ningún papá estaba seguro” (Olivia, 2015, p. 26).
La relación y participación conjunta de los personajes ayuda a contrarrestar la acción de las fuerzas represoras, entendidas en la novela como militares, políticos y empresarios corruptos. Además, permite que la familia y el pueblo en general se olviden de las viejas rencillas con el propósito de hacer frente a la adversidad: “Los rencores de viejas peleas familiares se fueron suavizando […] todos volvieron a confiar en la persona de al lado, sin necesidad de pedirse perdón” (Olivia, 2015, pp. 69-70).
Los procesos de acercamiento, memoria y perdón entre las personas del pueblo de Olivia hacen posible su transformación en comunidad. En este sentido, la identidad individual deja de ser constituida meramente por el sujeto y se convierte en una cuestión colectiva: “Conforme transcurría la reunión me parecía que se iban pareciendo cada vez más las unas a las otras” (Olivia, 2015, p. 50).
Por último, en relación con la comunidad, resulta importante señalar que las mujeres son las primeras en experimentar este cambio de conciencia, debido al vínculo que mantienen en la novela con la familia, la naturaleza y la esperanza. De hecho, la madre de Olivia es pionera en la articulación de un grupo que busca detener la explotación de los recursos naturales.
En consecuencia, el ámbito personal se hace público y se convierte en una cuestión colectiva. La idea de comunidad es vital para encaminar los pasos hacia una transformación de la realidad y cimentar en el receptor los indicios de un proceso de cambio, el cual también se relaciona con la formación de una ética basada en la convivencia y el respeto del otro. Asimismo, es pertinente resaltar que este comportamiento encuentra su inspiración en las formas de convivencia primigenias, las cuales conservaban un contacto directo con la naturaleza y veían en ella algo diferente a un modo de producción.
Esta relación es primordial, puesto que la naturaleza no es concebida como un lugar destinado a la producción y recolección de suministros para el consumo, sino como el protector y benefactor del pueblo. Esta concepción explica claramente el porqué de la necesidad de defender el bosque a toda costa: “Si nos quitan el bosque nos quitan nuestra forma de vida. Sin nuestro bosque no somos nada ni nadie” (Olivia, 2015, p. 46).
Para profundizar en esta concepción de la naturaleza, es necesario el uso de la teoría ecocrítica, la cual tiene como objetivo principal el estudio de las relaciones establecidas entre la literatura y el medio ambiente, ya que, a través del análisis de la representación del entorno natural en la creación literaria, es posible comprender las ideas y los valores que tienen los seres no humanos para el autor, la sociedad y la cultura gestora e intérprete del texto. En específico, se utiliza la idea de justicia medioambiental, la cual está orientada tanto a la distribución de los recursos como al uso y respeto de los espacios naturales.
El pueblo de Olivia se encuentra amenazado por la presencia de “monstruos” que destruyen el bosque con la intención de obtener el máximo beneficio económico posible. Por esta razón, impiden que los habitantes se acerquen a este espacio y reprimen a aquellos que intentan cambiar la situación. La caracterización de estos “monstruos” pasa de las garras y los lunares multicolores al uso de armas, al ejercicio de la corrupción y al empleo de la violencia. Las pesadillas de Olivia, de forma progresiva, se encuentran relacionadas con militares agresivos, políticos ambiciosos y empresarios sin escrúpulos. Este hecho es sintomático porque genera dilemas entre los niños protagonistas: “Esto me sorprendió bastante, pero no tanto como a Domingo: no podía creer que las personas encargadas de cuidarnos y de cuidar al bosque ayudaran a otras personas a dañar lo que por tantos años hemos cuidado. Él quería ser policía, pero después de mucho pensarlo, decidió que mejor sería maestro” (Olivia, 2015, p. 75).
El Estado, en mayúsculas, abandona y oprime a la comunidad de Olivia, por lo tanto, el único resguardo que les queda es el propio bosque. En consecuencia, se llega a la siguiente decisión: al salvar al bosque, nos salvamos a nosotros mismos. Lo anterior motiva la puesta en marcha de acciones para defender el entorno natural. Esta actitud está sostenida por una fuerte conciencia ecológica que orienta los esfuerzos del pueblo hacia la construcción de otro mundo posible.
Sin embargo, al igual que en las nociones de familia y sociedad, no se recurre a la típica concientización ecológica que, en su mayoría, se encuentra enfocada en la protección de especies en peligro, la destrucción de la capa de ozono, el calentamiento global, etcétera. No es el tipo de formación que se pretende inspirar en el lector de Olivia, el bosque y las estrellas. En la novela, se utiliza un vínculo más espiritual e, inclusive, ontológico con el entorno físico. Se le otorga voz y participación a la naturaleza. De esta manera, el medio ambiente no es sólo el espacio de convivencia, sino parte de la misma comunidad: “solo tomar lo necesario, pedirle permiso a la planta para tomar un pedacito de ella, contarle para qué vas a utilizarla y por último darle las gracias” (Olivia, 2015, p. 63). Esta capacidad para permitir la enunciación de la naturaleza por sí misma es el fundamento de la justicia medioambiental y brinda otro tipo de vínculo que se puede establecer con los seres no humanos con la finalidad de conseguir un mundo más habitable para todos.
Al terminar de leer la novela de Nuria Santiago, uno se queda con un agradable sabor de boca. Es necesario, a pesar de las circunstancias, la imaginación de otros mundos posibles. La importancia de este ejercicio radica en la formación para la esperanza. Si bien suele ser común que la literatura infantil y juvenil promueva en los lectores principios de convivencia pacífica y de conciencia ecológica, no es frecuente la exposición de temas vinculados con la resistencia y la construcción de utopías. Por este motivo, resulta importante escribir sobre la esperanza en nuestra actualidad y dirigirla a los niños y jóvenes, a aquellos sujetos en formación que se enfrentan y enfrentarán a este mundo en crisis donde los feminicidios, las desapariciones, la violencia y la corrupción son, desgraciadamente, cosas de todos los días.
La novela de Nuria Santiago es realista en el sentido de que representa una situación actual sin dar concesiones a finales felices del tipo deus ex machina. Ni el padre de Olivia, ni ningún desaparecido, regresa. Sin embargo, este tratamiento del tema no impide el cambio de lo establecido. Desde esta perspectiva, Olivia expresa en la LIJ la relación intrínseca entre utopía y desencanto de Claudio Magris, el horizonte de la utopía de Eduardo Galeano o el pacto entre derrotados de Ernesto Sábato. En suma, la vitalidad de enseñar y compartir la esperanza con los niños y jóvenes.
Retomo mi pregunta inicial, ¿es necesario el aspecto pedagógico en la LIJ? Por supuesto que sí. No a través de valores arquetípicos, normas de conducta o gestión de emociones, sino a partir de prácticas para la acción mediante las cuales puedan hacer frente y modificar su realidad, para el bien de ellos, para el bien de nosotros. Concluyo con el siguiente fragmento, el cual considero el más lleno de esperanza de Olivia, el bosque y las estrellas: “¿Y a dónde va la gente cuando desaparece? La verdad, no desaparece jamás. Vive para siempre en nuestra memoria” (Olivia, 2015, p. 89).
FUENTES
EAGLETON, T. (2016). Esperanza sin optimismo. México: Taurus.
FLYS JUNQUERA, C. (2010). Literatura, crítica y justicia medioambiental. En C. Flys Junquera, J. M. Marrero Henríquez y J. Barella Vigal (Eds.), Ecocríticas. Literatura y medio ambiente (pp. 85-119). Madrid: Iberoamericana.
LASO Y LEÓN, E. (2010). La literatura infantil y juvenil: el nacimiento de una conciencia medioambiental. En C. Flys Junquera, J. M. Marrero Henríquez y J. Barella Vigal (Eds.), Ecocríticas. Literatura y medio ambiente (pp. 339-367). Madrid: Iberoamericana.
MAGRIS, C. (2006). Utopía y desencanto. España: Anagrama.
SABATO, E. (1998). Epílogo. Pacto entre derrotados. En Antes del fin (pp. 90-97). Buenos Aires: Seix Barral.
SANTIAGO, N. (2015). Olivia, el bosque y las estrellas. México: SM.
Esteban González. Escritor de cualquier tipo de materia textual y cuentacuentos por afición. Ha sido mediador de lectura en diversas instituciones culturales y educativas, además de profesor de ciencias sociales y humanidades en el nivel medio superior. Su pasiones son la literatura mexicana del siglo XX, la literatura infantil y juvenil, y las utopías latinoamericanas.