Narratita Irradiación

ESTACIONES

POR ADRIANA AZUCENA RODRÍGUEZ

Ella tarda cada vez más tiempo para arreglarse. Elegir el vestido adecuado puede tomarle hasta cinco cambios, pero siempre queda satisfecha. Se trata de una satisfacción nueva, o recientemente descubierta: lucir impecable, compararse con otras mujeres de su edad y salir ganando, disimular los pliegues en la piel y la grasa que ha derrotado a las demás.

Sale al trabajo. Repite sus mantras. Ha logrado todo lo que se merecía, lo que anunciaron las revistas: dinero en el banco, un empleo desafiante, un auto que ya no teme conducir a través de esta ciudad llena de cafres, un rato para hacer ejercicio que, aunque lo odia, mantiene a raya el agotamiento y la celulitis.

A las tres escapa de su oficina. Las secretarias también, van por sus hijos a la escuela. Pero ella va hacia la universidad. Se detiene frente al edificio de Artes. “Aquí estoy”, avisa desde su celular. Aparece, unos minutos después, su joven y divino amante: serio, casi mal encarado. Sube al auto, no dice una palabra. Un rato después, ella:

—¿Qué tienes?

Y él:

—No soy tu chichifo, Mariana. ¿Por qué tienes que estacionarte justo en la entrada? Había otros carros esperando pasar.

—Tampoco me voy a esconder, Pablo.

—No lo digo por eso. Nadie dijo que te escondas. Eres mi pareja, pero no tienes por qué marcar territorio.

—Disculpa.

Tal vez ella sí tiende a presumir que es mayor. Que lo ha conquistado. Que se muere por él.

En la habitación Mariana mira con urgencia las persianas, intenta alcanzarlas y bloquear la luz por completo. Le aterra que él vea sus defectos. Él, en cambio, está feliz de ser el más joven, el guapo, el deseado. Ella se atreve a cosas que nunca había hecho: sabe que no volverá a hacerlas. Investigó en Internet técnicas para proporcionar un sexo oral satisfactorio. Y le emociona comprobar que cada vez lo domina mejor. Cierra los ojos y piensa: “Lo que dure”.


Pablo tiene cuarenta y Mariana veintidós. Se siente cohibido: es tan cliché, le dicen sus amigas.

—¿Una de veinte?, qué raro, Pablito, ya madura.

Y puede que tengan razón. Tiene veintidós, se defiende con timidez. Las mujeres de su edad tienen historias complicadas, heridas emocionales, rupturas, responsabilidades interminables. Mariana es toda proyectos, ilusiones, ánimo para cambiar el rumbo a cada instante. La sencillez.

Y ella lo necesita: para que la recoja en la escuela, para que escuche sus proyectos y la anime, para fumar a escondidas de sus padres. La ve salir, despedirse de sus amigos, se encela pero todo vuelve a su lugar en cuanto ella se sienta junto a él. Las emociones golpean su pecho como un aguacero en cuanto está a su lado. Nadie la conoce como él ni le habla de su pasado, aunque Mariana le habla sin desparpajo de sus anteriores novios.

Mariana se deja impresionar por el restaurante al que la invita. Conoce a sus amigos y participa en la conversación. Lo mejor es el sexo, sin duda. Pero también está la ilusión de empezar de nuevo, enseñarle a conducir, contarle su versión de su vida.

Ella lo mira escucharla; le hace bien. Él se muere por besarla y dejar de pensar que un día se va a ir.

Pablo recoge a Mariana en su casa. Se dirigen, en metro, a un hotel de paso, el único lugar donde pueden coger mientras vivan con sus respectivos padres. Se aman, se miran y, por primera vez, son conscientes de que algún día dejarán de tener veintipocos años.

—¿Me seguirás queriendo cuando tengamos cuarenta, cuando yo sea una señora con arruguitas y cinco tallas más? ¿Cuándo tú tengas la crisis de la mediana edad? De seguro saldrás a perseguir muchachas y no faltará la bruta que te haga caso…

—Ajá, como estaré medio calvo y panzón y con papada, me lloverán las novias.

—Eres hombre y ustedes se las arreglan para encontrar traumadas con ausencias paternas.

—¿Y tú, qué me cuentas? ¿Me vas a querer aunque yo esté medio calvo?

—¿Además de panzón?

—Además…

—Me la pones difícil, pero bueno…

— ¿Y aunque tú seas una cuarentona guapa, interesante, exitosa y con un puestazo?

Se ríen con gusto, con ternura. Pero faltan algunas estaciones. Vuelve la melancolía.

—Me gustaría tener cuarenta años y conocerte en ese momento. Y que me quieras como ahora, como te amo yo. Pero la mala suerte nos hizo tener la misma edad y coincidir justo ahora que tenemos tantas decisiones que tomar, para cansarnos, desgastarnos, odiarnos a ratos. Si nos va bien, aprenderemos a aguantarnos, a renunciar a las cosas que no podamos hacer juntos.

Se besan, porque no se cansan de hacerlo. Olvidan que los rodea la multitud en el vagón. Algunos los miran con reproche, otros con envidia; la mayoría ni se entera.

Foto de perfil Irradiación

Adriana Azucena Rodríguez es Doctora en Literatura Hispánica por el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios del Colegio de México (CELL, Colmex). Ha impartido clases de Teoría Literaria en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad Autónoma de Chiapas y en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Actualmente, es Profesora investigadora en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.