EDIFICIO ZODIACO, N°3

POR JORGE DE LA VEGA

Los últimos meses del año pueden ser muy complicados para los habitantes del Zodiaco. Además de los preparativos para el inevitable temblor de cada septiembre, los primeros días de noviembre traen consigo una procesión de difuntos que alimentar, entretener y, en caso de intensa resaca (existencial), regresar a su lugar de descanso en taxi de aplicación, no sea que se pierdan en el camino y terminen en el panteón equivocado; más de un vivo ha pasado a engrosar las filas de los finados a punta de trámites burocráticos que un familiar mal devuelto conlleva. 

Con motivo de no perder la mística que aún rodea la causa de su fallecimiento, al Sr. Libra se le coloca una sábana encima apenas dobla la esquina de Horóscopo y Constelaciones. Tauro, conociendo a grandes rasgos la historia, cuelga un letrero de una rama en la jacaranda: “Se prohíben las cabras.” Para estar seguros de no herir sensibilidades, Capricornio se abstiene de participar en esta festividad. Esos son, también, los únicos días en que hay tres Acuario –un vivo y dos exánimes– atendiendo βιβλιοπωλείο αταραξία de manera simultánea, y ninguno aprueba la forma de trabajar del otro, como es de esperarse: ¿qué Acuario que se respete puede estar contento con la labor de su tocayo astrológico? 

Por si fuera poco acoger a los visitantes cadavéricos, para finales de diciembre no falla en presentarse un regordete inmigrante finlandés que regala calcetines a cambio de galletas y leche, aunque tampoco dice que no a una copita de rompope, vino especiado o hasta ron con mantequilla. Es una tradición peculiar para la que hasta Escorpio está presente, y es precisamente la encargada de ataviar a todos los inquilinos en horrendos suéteres con diseños invernales. Al finlandés le complace mucho cuando los calcetines que obsequia combinan con los suéteres. La Sra. Libra le pone un generoso itacate cuando se marcha dos días después, y el resto del Zodiaco se esmera en terminarse el recalentado antes de que el recalentado tome consciencia y se escape de la nevera en un descuido con funestas intenciones y consecuencias apocalípticas.

Entre todo el ajetreo del encuentro de la flor de cempasúchil con la de nochebuena, nadie apartó tiempo para decidir qué hacer con Ofiuco, a quien tuvieron casi medio año durmiendo en el sillón abajo en Ataraxia, más una curiosidad adicional a los devenires del Zodiaco que un evento prioritario. Tampoco es que hayan venido en su búsqueda amigos o familiares, y Ofiuco exuda recelo cuando se le pregunta sobre el detalle más ínfimo de su vida previa a su aparición clandestina en la librería.

La Sra. Libra no olvida, sin embargo, la noche en que Ofiuco llegó al Zodiaco, con el labio sangrado, el ojo morado, y sin otra cosa que la ropa sobre su espalda. Le ofreció un baño caliente y recurrió al entrenamiento en primeros auxilios de Sagitario para atender esas y otras heridas fuera de vista, además de conseguirle un cambio de ropa donado por Aries. Su subsecuente empleo como asistente de Acuario es un arreglo irregular, pero paga bien y en efectivo, y Ofiuco no tiene gastos mayores mientras esté bajo la custodia de los residentes, excluidos Géminis –quien no siente interés por caridades que no le den visibilidad en redes sociales–, Escorpio –quien huyó a lomo de reno con el finlandés y sepa la deidad de su elección cuándo volverá–, y Cáncer, quien con frecuencia se olvida de la existencia de Ofiuco –y hasta de la propia– para empezar.

La edad de Ofiuco es indeterminada e indeterminable, tanto o más que su género, orientación o sexo. De esto último sólo saben la Sra. Libra y Sagitario luego de atender sus heridas aquella primera noche, pero alrededor de lo primero todos se andan de puntillas. Es mayor de edad, aclara, pero no por mucho, y su androginia tampoco ayuda a los desidiosos inquilinos a averiguar más. De cualquier forma, la ropa prestada de Aries es la que mejor le queda a su complexión delgada y baja estatura, no así su simplón (y muy binario) sentido de la moda. Sus opciones son, entonces, invertir sus ahorros en un guardarropa aun sin un lugar definitivo para guardar ropa, o asaltar los cajones de Acuario, donde dormitan prendas que éste usaba de joven y espera (sin verdadera esperanza) volver a usar en cuanto esa panza de librero sedentario elija desaparecer por arte de magia.

Acuario es su principal proveedor, pero no su amistad más cercana. Leo llegó una noche tras semanas de filmación y se topó con el fugitivo bajando la cortina del local, y de inmediato conectaron. Unas cervezas y una película independiente de la era soviética más tarde, Ofiuco pasó del sillón de Ataraxia a compartir cama con Leo –de manera platónica, cabe aclarar–, y a darle una garrita de león al departamento de vez en cuando durante las ausencias prolongadas de su nueva compañera. La ropa de Leo parece (y es) sacada de las producciones donde trabaja, así que Ofiuco seguirá en el limbo textil de ser Aries en público y Acuario en privado: una dicotomía con la que no pocos nos sentiremos identificados.

No fue el atuendo prestado lo que metió a Ofiuco en problemas la víspera de Año Nuevo, debe saberse, y todo lo ocurrido esa noche puede achacarse a la combinación de convenciones arraigadas –como besar a alguien sin su permiso justo a sonar la media noche–, y las cascadas de alcohol que inciensan tales arcaísmos sociales. Tuvo, también, la mala suerte de perder de vista a Leo y Capricornio durante el huateque en el bar, y de terminar la cuenta atrás para las campanadas junto a un sujeto de la calaña antes aludida.

Un brazo fuerte rodea su cintura, un par de labios precedidos de un miasma alcohólico intentan descender sobre los suyos, y la rodilla de Ofiuco instintivamente se levanta para conectar con esa parte blanda entre las piernas del desconocido que la naturaleza tuvo a bien mantener desprotegida a través de siglos y siglos del proceso evolutivo. Ofiuco escapa a paso veloz del antro, a sabiendas de que el tipo no se tomaría la afrenta con filosofía. Se escurre hasta la salida, saca el teléfono que Acuario le dio dado para emergencias, y marca el número de Leo.

No hay tiempo para que le respondan, pues el ebrio con las gónadas agraviadas aparece antes del tercer chirrido en el auricular. La llamada no conecta, más el ladrillo de segunda mano que pasa por celular sí truena sabroso contra la oreja del atacante. El palurdo intoxicado resiste el trancazo, no obstante, y con el antebrazo derecho presiona a Ofiuco contra el muro, mientras con la otra mano pretende recrear la expedición del Capitán Scott al Polo Sur. Por fortuna para Ofiuco, con resultados discutiblemente similares, a decir del eterno enigma sobre el verdadero final de Lawrence Oates, guiño guiño.

No es un explorador noruego el que gana la carrera esta vez, sino un batazo a la rodilla del sujeto cortesía de una Aries no lo suficientemente alta para darle en la cabeza, y temerosa de lastimar a Ofiuco si le apuntaba al torso. Al bate de madera bien lo pudo llamar Amundsen por la forma en que colapsa cualquier esperanza del briago de plantar su patética banderita en terreno inexplorada. Ya en el piso, un segundo batazo a la espalda lo tumba, y Aries estuvo tentada a asestar un tercero, pero Ofiuco ya no corría peligro, y ahora el único riesgo sería que algún incauto se topara con la escena y se hiciera la idea equivocada.

–¡Pítale! –le dice Aries a Ofiuco, y se apresuran a dejar el sitio.

Experimentada bartender cual era, Aries ubicó al instante a Ofiuco y el predicamento en que se encontraba, y dejó inacabados sus doce shots de gelatina de uva con vodka para correr al estacionamiento, sacar el bate de la cajuela de su maltrecho Sentra blanco modelo ’97, e ir en su auxilio. No se molestó con el balaclava de otras noches, ni el spray de pimienta, ni la linterna destellante, y la cacofonía de cuetones afuera y bocinas adentro derrotaba el propósito de su alarma de 120 dB. Eran ella, el bate, y la presa. Una buena primera cacería del año.

Capricornio, sobria pero ya descalza en el pavimento y maldiciendo los tacones que llevaba en mano, y Leo, medio tumbada sobre el cofre del Sentra, aguardan al integrante extraviado del cuarteto. Aries debe volver a cumplir otras tres horas de servicio antes del cierre. Le da a Capricornio sus llaves, cambia el bate por el spray de pimienta en favor de la practicidad, y programa un taxi para recogerla al final de su turno. Ofiuco ayuda a Leo a recostarse en el asiento de atrás y, antes de subir al del pasajero, agradece a Aries con un abrazo tan sincero y lleno de afecto que casi le revienta su malicia innata.

El Sentra sale del estacionamiento, y Aries regresa a servir tragos. Encuentra sus shots inacabados todavía sobre su sección de la barra, y dedica el último de ellos a Ofiuco. Sea quien fuere, es buena gente, y si Acuario no está en la disposición de abrirle el panorama sobre la cruda realidad de la vida en solitario, Aries se encargaría de que sea cual veloz torrente, con la fuerza de un gran tifón, la violencia de un fuego ardiente… y lo demás. 

Ataraxia cerró el primero del año, pero abre al día siguiente. Cuando Acuario baja a la librería todavía bostezando, Ofiuco ya se halla sobre una escalera, desempolvando los viejos diccionarios que sólo los viejos lingüistas de la vieja academia de viejas lenguas encargan pero que, paradójicamente, son demasiado miopes para verlos hasta el mero tope de la estantería. Ofiuco trae los calcetines rosas con encajillo de tul alrededor del tobillo que había recibido del finlandés.

–¿Te gustaron? –inquiere, extrañado. 

–Los detesto, pero son los únicos limpios que me quedan –responde Ofiuco–. Voy a necesitar tu lavadora.

Acuario resopla y va a preparar café. Cuando regresa, ofiuco había echado el brinco desde la escalera y recibe de él una taza humeante con un gatito pintado. Beben en silencio. Antes de volver a sus respectivas labores, Acuario pregunta:

–¿Y cómo explicas la faldita?

Ofiuco se termina su café y deja la taza en la mesita frente al sillón.

–Pues tenía que combinar, ¿no?

Jorge de la Vega (CDMX, 1987). Escritor, traductor, bloguero y co–conductor del programa en línea de difusión literaria Crónicas D&D. Ha participado como conferencista y tallerista en numerosos foros y eventos culturales nacionales e internacionales. Es aficionado de la lectura, los videojuegos, el rock clásico, y la ficción imaginativa en general.