ANAGNÓRISIS

POR CHRISTIAN DÁVALOS

A muchos les gusta, a la mayoría no. El entorno social ha evolucionado hasta dejar de lado el nivel cultural que la literatura puede aportar, y en su lugar se intenta colocar el nivel de consumo en directa proporción con el éxito social. Esta situación ubica a la lectura en un nuevo panorama, donde ya no se busca lograr con ella un cambio de paradigma, sino donde importa más el aparentar más, que el ignorar menos. La mayoría, influenciada, ha decidido sustituirla por versiones cortas y visualmente más atractivas. Leer tiene diferentes acepciones, una de ellas es el estrictamente teórico, en donde leer únicamente ha servido para complementar el proceso de comunicación. Esta es la concepción más común del término, y el estandarte de muchos compatriotas. Sin embargo, para ampliar poco más la definición, cabe decir que la lectura es la herramienta que nos ha permitido consolidarnos como humanidad, y de paso, con la literatura, nos ha permitido expresarnos de forma artística como resultado de la emancipación de la salvaje naturaleza. Cabría hacer alusión al contenido de la idea “Il n’y a pas de hors-texte”, pues nada de los que nos rodea hoy en día podría dejar de pasar por la laberíntica experiencia interpretativa del texto. Sobre la lectura, específicamente de obras literarias, se puede decir que es una actividad mucho más complicada que solo leer las instrucciones de una cafetera nueva. Y a pesar de que hoy en día es posible que se le juzgue de “hiper romatizada”, la literatura mantiene sus brazos abiertos. No obstante, queda expuesta la exigencia de la literatura hacia quien la busca; es decir, cualquiera puede acceder a ella, en cualquier momento, sin embargo, si no existe o si no se desarrolla una relación personal para con lo que se lee, difícilmente será una lectura trascendental y pasará desapercibida. Dicho de otro modo, si no se busca en la literatura la respuesta, o la relación del texto con algún planteamiento o cuestionamiento interno, difícilmente la logremos ver como una actividad que se disfrute y aproveche. Este no es un texto optimista, tampoco pretender ser un aliciente, pues sería irónico. Este escrito es una observación a la lectura y su estrecha pero lejana cercanía con la sociedad mexicana.

QUO VADIS?

Por lo dicho anteriormente, es posible comprender que limitar el ejercicio de lectura corresponde a una mutilación cognoscitiva comparable a la del soldado, que por tomar apresurado la trinchera enemiga, no da cuenta de la mina que pisa, perdiendo extremidades, vista y oído por la explosión, viviendo atrapado en un sueño, incapaz de percibir su alrededor e ignorante de que a penas un par de máquinas lo mantienen con vida. Lamentablemente, la limitación de la lectura es algo que ocurre en nuestros días, teniendo en cuenta que vivimos en la era de la información y que grandes obras literarias están al alcance de un click, lo hace incluso peor. Pareciera que entre mayor libertad y posibilidad de lectura tenemos, menos son nuestras ganas de conocer más.

Habrá que recordar que, históricamente, la lectura ha servido como remedio contra la ceguera y el egoísmo. Resulta irónico saber que la literatura ha pasado por malos tiempos donde se ha censurado, y donde se ha empleado también como adoctrinamiento, y que, en nuestros días, donde podemos apreciar con tranquilidad la ceguera de aquellas lejanas épocas, preferimos olvidar todo eso y entrar por la puerta de la deshumanización intelectual. ¿Qué se puede esperar entonces, de una sociedad no lectora en su mayoría? Por si la falta de empatía fuera poco, prohibirse un crecimiento crítico conlleva a ser un ente de fácil manipulación en todo sentido. Es un hecho que nuestros días vienen acompañados de “infoxicación”, y esto sugiere que ahora más que nunca se necesita un criterio dominantemente analítico para poder filtrar el exceso de información; en especial si se busca hacer una contribución como ser humano, o por lo menos, no estorbar. Hasta este punto pareciera que las consecuencias no son tan graves, pero ¿qué pasa con las consecuencias a mayor escala?, es decir, de forma colectiva; podría mencionarse una de las que azotan a la humanidad de forma cíclica: la imposición de ideas desde sectores de poder. Si al llegar a esta parte del texto el lector, se sintiera abrumado o decepcionado y considerara que sin importar qué haga o deje de hacer, no habría cambio alguno, déjeme hacerle una observación: es fácil reconocer cuando una batalla será difícil, sin embargo, el hecho de que participemos en la larga contienda sin obtener alguna gratificación del éxito (en caso de que termine pronto) no debería alentarnos a deslindarnos de responsabilidad y tomar la puerta fácil de la evasión. Es preciso recordar que no hay fuerza sobrehumana que venga a cambiar las cosas solo porque sí. A diferencia de un computador, no podemos solucionar un error de lectura presionando una tercia de teclas. De no leer, Tárrega no nos haría sentir como el mismísimo Boabdil padeciendo la pérdida de la Alhambra. Los caminos serían solo brechas donde nadie sabría si viene o va. De no leer lo que está oculto, no podríamos discernir del silencio prudente que actúa con inteligencia y cautela, al incómodo que se engendra bajo tensión por falta de sinergia y entendimiento. Miles de peregrinos no anhelarían seguir un camino de leche hacia Santiago de Compostela, ni las películas de Buñuel serían tan entretenidas. No habría mapas del tesoro por averiguar y la lluvia nos sorprendería cada día sin importar la escala de gris que el cielo adopte. El sentimiento especial al ver el rubor en las mejillas del ser amado desaparecería, pues no lo distinguiríamos de una fresa madura, desde que ambos reflejan el mismo espectro de luz de longitud de onda. Sin embargo, la lectura de letras o informaciones escritas es el manantial de nuestra intelectualidad; fuente inagotable de ideas, revoluciones, perogrulladas y realidades alternas e inconcebibles. Onírico punto de reunión de poetas, visionarios, pensadores e imaginarios. Leer nos permite empatizar con nuevas culturas, personas y situaciones que quizá no habíamos imaginado. Soñar con nuevas realidades, razonar mejor, plantear cuestionamientos invisibles, pero sobre todo, transmitir. Es por la transmisión de información por la que nació la escritura, y por lo que se mantiene con vida. Estas, entre muchas otras ventajas más se pueden mencionar, empero, es necesario mencionar que dichas ventajas no se adquieren únicamente por mecanizar la vista en un texto, no se debe dejar de lado que estamos asumiendo que además de leer, razonamos, o por lo menos, comprendemos. Quien se limita a leer, tiene posibilidades de comprender lo que lee, aspirando a hacer válida su mayor ventaja sobre el resto de animales; pero si la evaluación propia no acompaña a la comprensión, es decir, un acompañamiento reflexivo y bajo criterio propio, ¿se puede realmente decir que leyó, o solo recitó mentalmente un texto? Es decir, no puede haber claridad en algo que no se evalúa previamente, si no hay claridad, ¿cómo se puede entender con precisión la relevancia y profundidad del tema?, ¿cómo se puede dar una respuesta lógicamente válida e imparcial? La sobrepoblación de opiniones ha alcanzado a la literatura, y en un mundo donde la energía proveniente del ego está por proponerse como fuente de energía renovable, se suelen tomar por verdades las opiniones de quienes se limitan a leer, los «nuevos sabios”. Quien solamente lee sin reflexión ni criterio propio, corre el riesgo de vivir una fantasía amorosa, pues cree tener una íntima relación con la verdad y que ésta, necesitada de su calidez intelectual, lo acompaña a donde el lector vaya. Así se proyectan nuestros nuevos sabios, de la mano de una especie de sátiro, eufóricos, andando a sus anchas no solo con una respuesta a todo, sino con la verdad absoluta, zumbando como moscas, opinando sin antes cuestionar, opinando sin antes evaluar, opinando sin antes reflexionar. Quien decide tan solo leer, sin si quiera un razonamiento de fondo, se vuelve cautivo de pensamientos finitos, idolatra a los nuevos sabios, pues ha decidido olvidar que él también es capaz de razonar. Oye en lugar de escuchar, ve en lugar de observar y por supuesto, lee sin comprender. Leer sin pensamiento crítico ha engendrado el eufemismo de posverdad. Una larva que comenzó alimentándose de los cadáveres de pensamientos e ideas olvidadas, y que amenaza con terminar con el proceso de deshumanización intelectual que comenzamos. Una sociedad que no reflexiona no tiene más alternativa que cerrar, sin avergonzarse, la mente y jurarse no volver a abrirla; toma entonces, mayor relevancia el hecho de que algo se tome como verdadero (por repetición, imposición, etc.), a que realmente tenga algo de verdad; y es que si algo o alguien nos arguye diciéndonos por qué no proclamamos tales o cuales verdades, las aceptamos y además demeritamos ad hominem a quienes no las siguen ciegamente, ¿no estamos adoptando un nuevo modelo de Inquisición?, uno moderno; donde el edicto de fe es perpetuo y se actualiza implícitamente con cada verdad impuesta, donde el proceso de purificación, propio del auto de fe se ejecuta por los nuevos sabios, los ciegos intelectuales. ¿Entonces por qué no solo leer, sino leer críticamente? Para dudar, reflexionar, evaluar, buscar entender. Querer encontrar detrás del telón las razones que no están expuestas. De antemano se advierte que no se puede saber todo, ni tampoco dominar todos los temas, la certeza en el abismo está en buscar la retroalimentación bien argumentada. No apresurarse a dar una respuesta rápida y sin sentido a fin de aparentar que conoce del tema. ¿Cómo?, buscando los “¿por qué?” de las cuestiones. Pero no cualquiera, los que sean necesarios para conectar con algo de información obtenida personalmente, por análisis y/o reflexión. Siguiendo esto, y de forma espontánea, el nivel crítico será de mayor precisión, sin menospreciar la adquisición de nueva información de forma permanente, pues solo así confluyen los pensamientos. El usar eficientemente esta habilidad, lejos de solo facilitar la resolución de cuestiones y salvarnos de una falsa intelectualidad que solamente pretende aparentar, permite tener vigente una de las capacidades del ser humano más brillantes: segmentar información útil y relevante para la consecución de objetivos. 

SUB LUCE MALIGNA

Es casi imposible ignorar la deficiencia de la práctica en México. Lejos de que esto sea solo una apreciación subjetiva, es un tema de conocimiento común, tan común que poca falta hace citar alguna de las muchas encuestas que evidencian la carencia. Entonces, ¿por qué no lee el mexicano? Nótese que la generalización se utiliza para facilitar la escritura. Por supuesto que existen mexicanos que leen, y que leen mucho, sin embargo, no es posible poner los datos en una gráfica sin que se haga notar el dominante color que se elija para ubicar a los no lectores. Aunque se suela recitar la falta de tiempo, pareciera que una de las principales razones por las que algunas sociedades leen más, es porque consideran una obligación el hecho de informarse, o mejor dicho, de auto informarse. Aquí, el mexicano que no lee, o que lee “tantito” podría renegar diciendo que lee el periódico, o que lee noticias en sus redes sociales todos los días, sin falta. Esta apelación nos lleva a lo que considero otra razón, y es que en México se le tuvo tanta fe a la televisión, que se decidió que fuera el principal método de “culturización”. Tan arraigado fue el éxito en la sociedad mexicana, que incluso al día de hoy, hay más hogares con por lo menos una televisión, que con internet… o que con un libro; corto, muy corto. Sea cual sea la verdadera razón o razones, el mexicano siempre tendrá a la mano más de una exculpación de verdadero peso que justifique el suicidio crítico, como por ejemplo: “Pero si nadie lee… ¿para qué leo yo?”. Este tipo de frases no hacen sino evidenciar aún más la enraizada creencia de que leer no cumple una función individual y colectiva, ¿qué tan arraigada está la creencia de que no leer es aceptable, para que se sobre entienda que esa es la opción generalizada? Se entiende que esta frase busca ser la justificación para no dejar de pertenecer a la opinión común, donde se le teme más al sentido de pertenencia (aunque éste represente una mutilación mental) que a la limitación como ser humano. Quien lo usa se intenta eximir de culpabilidades al apelar que hace lo que haría cualquier otro en su sociedad.

PERFIL IRRADIACIÓN

Christian Dávalos (San Cristóbal de las Casas, 1992) Ingeniero en materiales. Promotor de lectura con la iniciativa Libros Vagabundos. Doctorando en ciencia de materiales y maestrando en escritura creativa por la universidad de Salamanca (USAL).