Si tropezamos ha sido por culpa de la piedra que asalta en el camino, se esconde en el zapato y navega por las venas. I Ladra el hambre, efervesce la boca del estómago, no tiene dueño, mueve la cola para que algún generoso le tire sus sobras al piso. Trotamundos, se cuela entre las rejas, atraviesa las puertas, incluso aquellas de nombre y apellido de carne de huesos de afecto blindadas hasta los dientes, por si llueven las balas, por si llueven las mordidas y los cerdos le dicen la turista porque parece perdida, tiene la gentileza de quien se sabe en casa ajena, come del asfalto y dice que sabe a exilio. La alimentan los hombres de mundo y los hombres sin techo le acarician la cabeza, la miran tragando sin masticar —con compasión— Cada orificio de mi cuerpo es una boca de ese estómago; cada boca, un hambre distinta: hambre de consuelo —sed de venganza— Cada poro de la piel es una boca distinta, cada boca de mi cuerpo es una sed distinta. Cada pupila es una boca distinta, cada boca de mi cuerpo es un hambre distinta, cada paisaje, cada canción, cada perfume, cada fosa nasal es un hambre distinta. II Ruge el hambre, se quiebra las fauces, le sangra la voz. Le cuesta la sangre, bebe de los volcanes para cauterizar la sed, escupe fuego por los ojos, tose nubes cenicientas, sube las escaleras hasta alcanzar el vértigo y se lanza al vacío. ¡Mira sus caderas sembrando catástrofes! De un zarpazo nacen ríos. Deja sus cráteres en los techos, salta sobre sus presas, las cobija, les da un beso y las manda a dormir para siempre. El mar abrió la boca de ese estómago, lo cruzó a galope, huyendo del miedo, desenvainado, dejó su marcha de sal grabada en las paredes de esa boca y las paredes decían que la próxima plaga era la plaga del hambre y la sed
de marejada de cuatrocientas voces de latigazos de cascada de gemidos de tambores de lluvia de aire vespertino de pasto húmedo de sol de llagas de besos con los poros de otra piel de montañas de azul distancia de las nubes de los óleos viejos de un atardecer de océanos de rascacielos de estrellas de tus ojos de noche de tu entrepierna de leche caliente de tu cocina de flores silvestres de carretera de campos de lavanda de Chanel No. 5, de ropa nueva, carro nuevo, casa nueva, vida nueva
III Canta el hambre, mendicante sin orden. En dáctilo y anapesto: si no hay pan, hay vino, y si no, tu pepino. Vomita como rey, se traga su vómito, ayuna como carcelero. Asceta, el hambre le sabe a miel, se traga las horas —cronófago— un reloj para desayunar, sin contratiempos. Hambre de saciar la sed del mundo… Cada Clave Única de Registro de Población es una boca distinta. Cada boca es un hambre distinta. Hay hambre que quita el sueño y sueños que quitan el hambre, hay hombres anuncio, hombres arma, hombres tráiler, hay hombres máquina al servicio de la patria y hay la patria al servicio de los dueños de la patria, con el hambre insaciable del mundo en los bolsillos. Hambre de saciar el hambre del mundo, tiene, quien tiene boca, hambre de matar el sufrimiento. Traga al revés las palabras, las rumea para distraer el hambre, se atraganta con ellas, la asfixian, toma un vaso para no morir ahogada, la embriagan, vomita, toma dos, toma cuatro, toma diez. Peregrina, ciudadana de a pie, caminera, ya sin suelas, incapaz de dar doce pasos. Me limpié la sangre de la boca, aprendo a gatear, ando en dos piernas: bípeda con las alas rotas. Un estómago es el timón. Cada orificio de mi cuerpo es una boca de ese estómago. Inenarrables bocas, quieren comer y beber, quieren fumar, besar, bendecir, mentar madres. Quieren que les preñen la garganta. Una mañana estalló la guerra en el espejo del baño, y yo no estaba.
Eliette Abril (Ciudad de México, 1999). Estudió la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM, ganadora de los LXVII Juegos Florales Sahuayenses. Se encuentra iniciando su camino en la poesía.