MUTIS POR EL FORO

POR HUGO DÍAZ

Las luces del escenario llegaban restallantes a mi piel. Gotas de sudor que caían desde el cuello manchaban el vestuario improvisado que me tocaba usar. En qué estaba pensando cuando acepté personificar el estúpido papel que en ese momento deploraba. Sí, sabía por qué encarnizaba a ese burdo personaje. Renata, todo lo había hecho por ella. Por esa mujer de cintura enjuta que ordenaba unas caderas sensuales. Y que en cada movimiento de su cuerpo parecía estilizarse y refinarse. En varias escenas de la obra que representábamos, yo podía tenerla cerca, tocar el dorso de la una mano, hasta abrazarla. Pero todo estaba controlado por Bruno, que no era el director, sino uno de los protagonistas y novio de Renata. Él, como actor estelar, dio en las tablas su primer paso y sobrepasaron los aplausos perforando las paredes del teatro e inflamando de engreimiento los ademanes que en cada acción realizaba.

Renata volvía a entrar a escena y yo, como pretendiente ficticio, debía retenerla, no dejarla caer en los brazos de su enamorado Lisandro; para eso contaba con ayuda de su padre y del duque de Atenas. En el momento en que la tomé de la cintura escuchamos el grito flemático que nos desconcertó. – ¡Sifilítico! – Volvió a decir enérgico y contundente el protagonista como tratando de aplanar nuestras caras pasmadas. Renata primero clavó los ojos en el hombre como averiguando, después movió lentamente la cabeza y en voz baja, susurrando, le avisó que no debía entrar en ese momento. Bruno levantó la mano apuntó con el índice hacia donde yo estaba y con tono del personaje ofendido dijo que él era Lisandro enamorado de Hermia y que ella lo amaba también y no iba a dejar que un sifilítico se entrometiera. Luego alzó el puño hacia los reflectores y anunció que los dioses estaban a su favor, y no permitirían que semejante dislate sucediera. 

Miré al costado del escenario y el director gesticuló palabras mientras rotaba una mano, quería que continuáramos. Entonces me ajusté al libreto, y pregunté a Hermia por qué rechazaba a quien tanto la amaba. Bruno miró al público y con gestos de revelación argumentó que yo era promiscuo, sifilítico, que la pobre y desdichada Elena podía dar crédito. En ese momento el director tomaba del brazo a Beatriz, quien interpretaba a Elena, e intentaba que saliera a escena. Ella se zafó con movimientos sutiles de enojo.  Renata, asumiendo el semblante de actriz corrió hacia los brazos de Bruno y exultante esgrimió que el amor y la virginidad que poseía eran de él. Y que aquel monstruo, dijo señalándome, salido del barro más pútrido de los pantanos, la había besado contra su voluntad. Del auditorio emergió un murmullo de desconcierto y desagrado. Lisandro se soltó de los lánguidos brazos de la amada y manifestó que oía pasos acercándose. Beatriz entró como si hubiese sido expulsada de la parte más oscura del escenario. Con palabras nutridas declaró que me amaba. Lisandro vociferó: -¡Detente! Tu amor por el sifilítico es un conjuro, un hechizo de un duende juguetón- Y dentro de sus ropas extrajo una calabacita ataviada con vestimenta verde y un sombrerito. -Él se llama Puck -dijo mostrando la hortaliza. Y continuó: -Unos jugos mágicos de este picarón, hicieron que la bella doncella Elena se enamorara del monstruo. 

Lancé un bramido parabólico e incompleto. Sentí como si se me hubiesen clavado en la garganta trozos de ese aullido. Me acerqué a Renata que empalidecía con una mirada líquida y declaré que la quería, que siempre me había gustado y que realizaba esa obra por ella, para estar cerca de ella.

Bruno adelantó a Puck como si fuera una santísima cruz y yo el más vil demonio y acusó que también había sido embrujado para el entretenimiento de Oberón, el rey de las hadas. Velozmente le quité la calabaza y la estrellé contra el piso. Los pedazos de color naranja rojizo llegaron a Renata y a Beatriz. Bruno se arrodilló y con un tono a punto de quebrarse expuso que ya no existía afecto en el mundo, solo cabían la guerra, la enfermedad y la muerte; que todo goce era momentáneo como el sonido, rápido como la sombra, breve como un corto sueño. Se incorporó empujando la voluntad y vaticinó que desaparecido Puck era imposible desprenderse de esta horrenda e irremediable realidad y salió de escena.

PERFIL IRRADIACIÓN

Hugo Díaz (Rosario, Argentina). Estudió Letras. En la actividad literaria comenzó escribiendo poesía. Algunas de ellas fueron publicadas en antologías. En género cuento ha obtenido premios en distintos concursos literarios. Ha publicado Lazos brutales, cuentos (2020) y la novela El mal del reflejo (2021).