POR BRENDA CRISTINA MORENO ROSAS
La promesa de la inteligencia artificial se manifestó mediante pixeles. Un diminuto aparato de forma ovalada que contenía una nueva forma de vida. Los Tamagotchi vieron la luz en los años noventa, una marca cultural que, aunada al surgimiento del Tetris y las consolas Nintendo, dio apertura a nuevas tecnologías. No obstante, en los años dos mil una ola de popularidad y nostalgia provocó que estos aparatos remotos regresaran a la escena mainstream.
En contraste con la mayoría de los juguetes electrónicos, el Tamagotchi resultaba innovador por su esquema de juego, en el cual se cuidaba con esmero a una mascota virtual. Sus facciones eran casi nulas, pero el ente confería una sensación de ternura y apego. Juego de simulación. Esta categoría se refiere a los videojuegos que pretenden imitar las labores del día a día. Uno no se enfrenta a guerras galácticas ni emprende un viaje por el medio Oeste, en cambio, se manejan vehículos, decoran casas, y en el caso del Tamagotchi, cuidas de un gatito o de un cachorro en el ámbito digital.
Este juguete virtual constituyó gran parte de mi infancia, personas de todas las edades y grupos cargaban con el juguete a la hora del recreo. Su forma diminuta, lo hacía práctico para guardar en el bolsillo y ocultarlo de los ojos cazadores de las profesoras y monjas, que a pesar del cambio de consciencia y la extinción del pánico satánico a finales de los ochenta, aún consideraban los videojuegos como algo inapropiado y digno de castigo. Su empaque remitía a la figura de un huevo a punto de nacer, contaba con solo un par de botones y una pantalla pixeleada qué hacía difícil jugar bajo el rayo del sol.
Las tareas eran simples: alimentar, cuidar y estilizar a la mascota. Cada cierto tiempo se le debe brindar la atención y el cuidado que un animal real requeriría. Estos actos son recompensados con el crecimiento paulatino y latente del ente. Si el Tamagotchi es abandonado al fondo de la mochila u olvidado en un aula por simple descuido, muere. Una muerte repentina e impactante. Una vez que la mascota perdía la vida, no había forma de revivirlo ni reiniciar el juego.
Su nombre en japonés deriva de las palabras tamago y wo’chi que pueden ser acunadas como reloj de huevo al español. Desde su empaque, hasta sus funciones, remiten a las crías de los animales y a las labores de cuidado en torno a estos. Se podría argumentar que de alguna manera el juego buscaba desplazar a las muñecas de juguete que cumplían el mismo propósito. En la antigüedad, los muñecos eran constituidos de diversos materiales, desde papel hasta porcelana, este juguete era un objeto simbólico de cuidado y maternidad. En muchos casos, el Tamagotchi cumple con esta función. Se trata de un objeto simbólico, que a pesar de no ser tangente, confiere un sentido de ternura que conlleva a la empatía natural. La necesidad de cuidarlo y procurar su crecimiento, ilustra la manera en la que podemos relacionarnos con un objeto inanimado a través de la empatía.
Al comienzo de la pandemia la mensajería instantánea, las redes sociales y otras plataformas virtuales constituyeron un medio para mantenerse en contacto con otros, la soledad se combatía entrando a Whatsapp o haciendo una reunión de Zoom. Estos cambios súbitos modificaron la manera en la que nos relacionamos afectivamente, una alteración que nos obligó a adecuarnos a los avances tecnológicos como solución al aislamiento social.
Los efectos colaterales de la conectividad han sido cuestionados a lo largo de estos dos años. Desde la explotación laboral que incita a los trabajadores a estar conectados constantemente, hasta la intrusión de la intimidad. La adaptación tecnológica parece mostrar desventajas sobre la privacidad de sus usuarios a pesar de su innovación. Sin embargo, estos medios también permitieron forjan lazos afectivos a la distancia.
Este fenómeno derivado de la pandemia resulta semejante al cuidado de los Tamagotchis. Es a partir de estos medios que procuramos al otro, que nos mantenemos al tanto de sus vidas. De alguna forma irónica, este pequeño juego nos preparó para el futuro que nos esperaba.
Nuevos modos de inteligencia artificial emergen día a día. El robot Sofía, Neurolink, Big Data, entre otros. Los debates en torno a la ética de la creación e implementación de estos avances son liderados por los estudios de bioética, que busca obtener respuestas de la ciencia y de la filosofía. Nuestro mundo se desenvuelve en terrenos nunca explorados y resulta fascinante observar las facetas que esta puede tomar, entre ellas preocuparse por el bienestar de una máquina. Una manifestación extraña, pero aun así, un fenómeno que no es foráneo para los usuarios del Tamagotchi.
Brenda Cristina Moreno Rosas (Ciudad de México, 1998) Estudiante de Letras Modernas Inglesas en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.