Narrativa sembrar un roble

SEMBRAR UN ROBLE

POR IDALIA SAUTTO

Mi abuela se despide de nosotras. Lo hace como si se fuera de viaje. Pero con todas sus palabras, es porque se acerca su muerte. Antes estaba enojada, luego triste, me dice, yo voy a dejarla a casa de mi madre y manejo su carro. Antes estaba enojada, repite, como si algo me faltaraPero no me falta nada. Ya hice lo que tenía que hacer. Ya viajé, ya hice lo que quería, ya fui al teatro y al cine con mis amigas. Todas esas amigas están muertas ya. Soy la única que queda. No me gusta la vida de la pandemia. Prefiero morirme que seguir así. Antes me daba miedo por el Covid. Pero ahora prefiero verlas porque no tengo miedo a morirme. Antes tenía miedo a vivir y ahora voy a vivir cada día como si fuera el último.

Me quedo en silencio y observo la avenida y el tráfico. Volteo a verla y ella también me ve a mí. Le aprieto el brazo y siento su carne dura. Pienso y lo digo o quizá solo lo pienso, esta mujer es un roble, cómo puede estar así de dura.

—No sé si quiero el carro, abuela.

—Es un objeto, hija, úsalo, yo ya lo disfruté mucho.

No sé si quiero manejar de nuevo. Manejar es al final hacerse cargo de la existencia y lo que he hecho durante siete años es poner esa responsabilidad en ubers, didis, beats y en los últimos meses en un tesla hermoso que me traía y me llevaba. Manejar es llevarlo a la tenencia, a la verificación, traer a la mano la licencia, conducir con cuidado.

Ayer fui al dentista y por primera vez usé el carro para algo propio. Desperté pensando que quizá cancelaba mi cita con Carolina. Pero después me interrogué de inmediato, ¿por qué quiero resistirme a estar bien de mis dientes? Son míos y de nadie más.

Crucé la ciudad de la Tabacalera a Coyoacán. Hice una parada en la gasolinera. Y estacioné el carro sobre la calle de Irlanda, justo frente a un edificio de condominios cuyo terreno pertenecía a la primaria en donde cursé tercero, cuarto y quinto. El carro de mi abuela aún conserva un lector de CDs y la semana pasada subí una selección de discos que tenía guardados.

Escuché de principio a fin el disco Skull Ring de Iggy Pop. Al entrar a la gasolinera un carro pasó junto a mí y me gritó con todas sus fuerzas: ¡pendeja! Me quedé sorprendida. ¿Me abré metido y ni lo vi? Recordé la furia de los automovilistas, recordé de golpé que así de histérica también me ponía el tránsito. ¿Otra vez seré esa persona? Subí el volumen del estéreo.

Carolina me inspeccionó y sin preguntarme dijo con certeza: no haz usado tu guarda, úsala más. Está muy estresada la mandíbula. Hay que bajar ese estrés. Me enseñó cómo darle un masaje a mi mandíbula antes de ir a dormir. Se quitó su careta y sus dos cubrebocas para mostrarme en dónde debía hacer círculos y cómo debía abrir y cerrar la boca.

—No sabes cuántas fracturas en mandíbula he atendido durante la pandemia.

No dije nada, como pasa siempre con Carolina, es imposible dialogar con ella porque siempre habla cuando tengo la boca abierta y ella inspecciona y hace cosas dentro de mi boca. Imaginé personas haciendo su vida cotidiana en el encierro fracturándose la mandíbula como algunos comerciales de Lonol. Sin ver realmente la fractura en la mandíbula. Lavando los trastes y fractura. Enviando un mail y fractura. Bañándose y fractura. Haciendo la cama, sacando la basura, regando una plantita, limpiando el arenero de los gatos, doblando ropa, cambiando la hoja del calendario.

De regreso al estudio hice una hora de camino. El disco de Iggy Pop dio la vuelta completa. En el instagram del Goethe Institut vi que Joseph Beuys cumpliría 100 años y que harían una proyección al aire libre de un documental sobre su vida. Escribí para ver si había boletos. Compré dos boletos y oficialmente volvería a una sala pública después de año y medio sin ir a un cine.

Por la tarde comenzó a llover. Regresé a la casa y Alex me dijo que posiblemente van a cancelar esa proyección al aire libre. El instituto queda muy cerca de la casa y pensé en que podíamos irnos en las bicis. Alex, dijo, no, vamos en el carro porque va a llover, quién sabe si realmente se haga esa proyección. Fuimos en el carro. El disco de Iggy Pop seguía sonando. Y sí, llovió. Pero no cancelaron la función. Vimos el documental en el auditorio del Instituto, nos dieron cerveza alemana y el director la presentó.

De las cosas que más disfruté fue ver los 7000 robles en time lapse, desde que Beuys acepta la invitación a Documenta, explica por qué había rechazado estar en años anteriores en una muestra y finalmente la presentación de la pieza: una grúa apilando 7000 piedras. Por cada una de estas piedras habría que plantar un roble. Beuys planta el primer roble, y luego a lo largo de la película vemos cómo paulatinamente las personas de Kassel van adueñándose de la pieza.De regreso a casa, sobre Insurgentes, la lluvia caía a plomo sobre nosotros. Alex me volteó a ver en el alto de la glorieta y sentenció: esto es como estar en una película, vamos adentro del carro, llueve, hay tráfico y suena este disco. Dentro de mi corazón, usar el carro es también una despedida, si yo manejo este carro es porque mi abuela ya no, porque ella ha renunciado a todo lo que puede suceder cuando uno tiene un carro: ir al dentista, ir al cine en una noche de lluvia, escuchar un viejo cd, estacionar el carro en un lugar seguro, pensar que una piedra, un árbol, un carro, una nieta, de alguna manera están juntas en el mismo camino, aunque no lo tiene que recorrer mi abuela completo, yo puedo seguir, como la pieza de Beuys en Kassel. “Mi abuela es como un roble”, es la frase que desde antes de encontrarme con la palabra roble en Documenta, había estado en mi mente.

Foto de perfil Irradiación

Idalia Sautto. Escritora mexicana (Ciudad de México, 1984). Historiadora del arte por la Universidad Nacional Autónoma de México. Egresada de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM). Ha publicado el libro de cuentos y poemas Una vida tan llena de esdrújulas (Torres Asociados, México, 2007), Checo (2010) y La voz de Malintzin (2016).